Nuestra puntuación
Cascos marronesTítulo Original: BATTLE: LOS ÁNGELES Dirección: Jonathan Liebesman Guión: Chris Bertolini Intérpretes: Aaron Eckhart, Michelle Rodriguez, Michael Peña, Bridget Moynahan, Ne-Yo, Ramon Rodriguez, Cory Hardrict , Jim Parrack y Gino Anthony Pesi Nacionalidad: EE.UU. 2011 Duración: 116 minutos ESTRENO: Abril 2011
El inexpresivo y discutible título puesto a esta crítica tiene una única razón de ser: rememorar el viejo filme de John Wayne, Boinas verdes (The Green Berets, 1968) y significar de paso, el extraordinario parecido conceptual entre uno y otro. En realidad, ambos filmes, el dirigido por Wayne y el que ahora muestra Liebesman, se deben a una única razón: propagar las excelencias del militarismo norteamericano. En estos cuarenta años ha cambiado el enemigo. Lo que antes fue Vietnam, ahora lo asumen unos alienígenas brutales. Lo que permanece en ambos casos, es el ritual de una violencia acrítica que, en Invasión a la tierra, alcanza su momento álgido cuando, ante el cuerpo herido de un alienígena, los marines se aplican a destrozar sus órganos hasta dar con la pieza vital que permita “acabar con ellos”. Como no son humanos, la ferocidad contra ellos no conoce límites. Cambien el término por “como no son de los nuestros” y sentirán escalofríos al rememorar lo que pasa.
También, por otro lado, en estos cuarenta años ¿de paz? que separan la derrota de EE.UU. en Vietnam de las ¿triunfales? intervenciones en Irak, Afganistán y Libia, ha cambiado mucho el cine. Conocedor de ello, Liebesman, con un guión que nada contiene firmado por Chris Bertolini (La hija del general,1999), se dedica a repetir la fórmula que con tanta pericia allí como torpeza aquí, aplicó en Monstruoso, 2008), Matt Reeves. O sea, cámara subjetiva, encuadre oscilante, ritmo alocado, montaje acelerado y una tensión permanente por la que, a lo largo de dos horas, ni los personajes en la película ni los espectadores en sus butacas pueden pestañear. No hay tiempo para pensar y en su lugar, todo es un mal mix de violencia espectacular en donde se detectan préstamos de infinidad de títulos. Liebesman levanta este grito deforme sobre dos géneros: el bélico y la ciencia ficción. Su originalidad, sin poder esconder el peso de District 9, copia lo que Verhoeven patentó en la mal comprendida Starship Troopers. Claro que Verhoeven se burlaba de lo que aquí arrebata. Y eso es lo peor. Que entre tanto plano de niños llorosos, marines heróicos, palabras huecas y sesos crudos, nada emociona, nada conmueve, nada (entre)tiene.
También, por otro lado, en estos cuarenta años ¿de paz? que separan la derrota de EE.UU. en Vietnam de las ¿triunfales? intervenciones en Irak, Afganistán y Libia, ha cambiado mucho el cine. Conocedor de ello, Liebesman, con un guión que nada contiene firmado por Chris Bertolini (La hija del general,1999), se dedica a repetir la fórmula que con tanta pericia allí como torpeza aquí, aplicó en Monstruoso, 2008), Matt Reeves. O sea, cámara subjetiva, encuadre oscilante, ritmo alocado, montaje acelerado y una tensión permanente por la que, a lo largo de dos horas, ni los personajes en la película ni los espectadores en sus butacas pueden pestañear. No hay tiempo para pensar y en su lugar, todo es un mal mix de violencia espectacular en donde se detectan préstamos de infinidad de títulos. Liebesman levanta este grito deforme sobre dos géneros: el bélico y la ciencia ficción. Su originalidad, sin poder esconder el peso de District 9, copia lo que Verhoeven patentó en la mal comprendida Starship Troopers. Claro que Verhoeven se burlaba de lo que aquí arrebata. Y eso es lo peor. Que entre tanto plano de niños llorosos, marines heróicos, palabras huecas y sesos crudos, nada emociona, nada conmueve, nada (entre)tiene.