El lobo habita entre nosotrosTítulo Original: RED RIDING HOODERS Dirección: Catherine Hardwicke Guion: David Leslie Johnson y Alex Heffes Intérpretes: Amanda Seyfried, Gary Oldman, Billy Burke, Shiloh Fernandez, Max Irons, Virginia Madsen, Lukas Haas, Julie Christie y Shauna Kain Nacionalidad: EE.UU. 2011 Duración: 100 minutos ESTRENO: Abril 2011

La historia de Caperucita Roja reposa en las estanterías ocupadas por cientos de ensayos que van del psicoanálisis a la antropología, de la alta literatura infantil a la baja escritura pseudoerótica. Por la misma razón por la que su materia esencial ali(m)enta el motor que mueve decenas de películas. Muchas veces su presencia apenas es perceptible; otras, el abuso de su iconografía arquetípica: leñadores, lobos, abuelitas y caperuzas rojas… confunden ornato con esencia. Y es que resulta más fácil recrear la piel del cuento que probar la hiel de su núcleo argumental. Núcleo hollado por ese material fundante con el que se alientan los sueños perturbadores del despertar a la sexualidad, el miedo al otro y el proceso iniciático por el que los niños son alumbrados para enfrentarse a la madurez.
Así pues a Caperucita roja hay que tomársela en serio, pues en ella aullan los miedos más estremecedores. Que la directora de Crepúsculo, Catherine Hardwicke., autora de la estimable aunque sobrevalorada Thirteen, haya decidido sacarse la espina de su encontronazo con los productores de la saga de la puritana Stephenie Meyer, fundiendo y confundiendo la historia de Caperucita con la del hombre lobo no es sino el disfraz de una vuelta de tuerca al eterno retorno del miedo al goce-roce sexual.
Hay máscaras que dicen más de quien las lleva que su propio rostro y hay caricaturas que se asoman al interior de sus modelos con más precisión que el más detallado de los retratos fotográficos. Esa es la pretensión de Hardwicke, quien desde su primera secuencia deja claro que su aproximación tendrá lugar por el sendero de la crueldad. Esta Caperucita gótica para adolescentes del siglo XXI, usa y abusa de ciertos lugares comunes en su afán de combatir la mojigatería de Meyer. En consecuencia, ahonda en un campo abonado por el incesto, el adulterio, el engaño, la caza de brujas y el éxtasis místico. Todo le sirve a Hardwicke, pero no todo encaja bien en un filme irregular en su fundamento, atractivo en su estética, previsible en su desenlace y decididamente teenager en su reflexión. Hardwicke aspira a dejar el acné infantil de Lunas nuevas asexuadas, pero su Caperucita no aprobaría el ingreso en la universidad. Al menos no en la del siglo XX.

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