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Las chicas también son rockerasTítulo Original: THE RUNAWAYS Dirección y guión: Floria Sigismondi basada en el libro “Neon Angel” de Cherie Currie Intérpretes: Kristen Stewart, Dakota Fanning, Alia Shawkat, Michael Shannon y Scout Taylor-Compton Nacionalidad: EE.UU. 2010 Duración: 105 minutos ESTRENO: Septiembre 2010

Ni el austero blanco y negro ansioso de verdad del Control (2007) de Anton Corbijn, ni el estallido lisérgico y descontrolado del 24 Hour Party People (2002) de Michael Winterbottom. Había una tercera vía, más espinosa, más subjetiva, más radical. La que Gus van Sant ensayó en Last Days (2005), una recreación extraterrestre sobre los últimos días del líder de Nirvana, Kurt Cobain. Pero tampoco es ese el reino de The Runaways. En su lugar, Floria Sigismondi, directora y guionista, opta por un cine más canónico, más convencional.
Pero antes de desentrañar sus claves, una constatación. El común denominador de todos estos referentes citados, biopics que apuntan con mayor o menor precisión sobre la estela de algunas figuras-leyendas del pop-rock, tiene un nombre: la preocupante vacuidad de los protagonistas que pueblan su contenido.
Autora de decenas de videoclips de notable éxito, Floria Sigismondi (1965), nacida en Italia, nacionalizada en Canadá e hija de cantantes de ópera, conoce bien el submundo de la escena pop al tiempo que comparte espacios museísticos al lado de Cindy Sherman y Joel-Peter Witkin. Sorprende que un perfil tan artístico como el suyo, muestre en su debú como directora de largometrajes, una actitud tan contenida, tan respetuosa con la materia argumental de la película.
Sin duda los diferentes problemas habidos con las protagonistas reales, todavía no se han cerrado las heridas de aquella historia, han motivado que, ante la amenaza de posibles denuncias, todo en el filme adquiera un tono discreto, como con sordina. Justo lo contrario de lo que The Runaways exigía y simboliza. Pero vayamos por partes. El mayor encanto de The Runaways en su despegue consistió en un gesto publicitario. Era el primer grupo de rock formado íntegramente por mujeres en una escena musical decididamente masculina y también y sin duda machista. Vender esa sensualidad fue el engranaje que ayudó a que un grupo de niñas tuvieran su oportunidad de bañarse en la fama. Formado en una época de crisis, el final del rock sinfónico, el nacimiento del punk y los coletazos del glam rock, The Runaways se abrió camino por la feliz combinación de ser un grupo de mujeres que rezumaba ambigüedad sexual. Pero, por encima del embalaje, el grupo conformó un buen puñado de canciones al servicio de una puesta en escena que mezclaba la lencería íntima con las chupas de cuero en un precedente del que luego beberían estrellas como Madonna.
No es cierto que gracias a ellas el rock dejó de ser cosa de hombres. Antes que ellas, muchas mujeres -más maduras y mejor preparadas-, ennoblecieron la historia del rock. Lo que The Runaways significó fue más bien el final de un tiempo ingenuo, el despertar de la fiesta hippy y el advenimiento de un desgarro interior: el rock se había llenado de muertos ilustres. Tras la exaltación del lema paz, amor y drogas; las consecuencias fueron desastrosas. Consecuencias de las que el filme de Floria no se ocupa. Ella se limita a pellizcar la figura del productor Kim Fowley, convertido en el malo de la película, para dedicarse a describir, con más rigor estético que fuerza introspectiva, el perfil de las componentes del grupo. Sus coqueteos lésbicos, sus inmersiones con las drogas, sus heridas provenientes de una sociedad desestructurada y enferma. Hijas del desafecto, víctimas de una épica masculina, pasajeras de la renovación punk sin que hubiera reflexión alguna… el filme hace de esa piel un texto sencillo, bien interpretado pero insistente en retratar a las estrellas del rock como gente muy joven, muy simple, muy tonta.

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