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Los miedos del legislador
Título Original: SUBMARINO Dirección: Thomas Vinterberg Guión: Thomas Vinterberg y Tobias Lindholm según la obra de Jonas T. Bengtsson Intérpretes: Peter Plaugborg, Jakob Cedergren, Patricia Schumann y Morten Rose, Gustav Fischer Kjaerulff Nacionalidad: Dinamarca. 2010 Duración: 110 minutos ESTRENO: Septiembre 2010
Submarino (de)muestra lo que ya se sospechaba. La razón última por la que Thomas Vinterberg convenció a Lars von Trier para decretar las diez leyes de Dogma 95 descansaba, como el fundamento de todas leyes, en el miedo que el ser humano se tiene a sí mismo. Bajo el yugo de Dogma 95 fue como Vinterberg alumbró su mejor película, Celebración, un ajuste de cuentas con la figura del patriarca familiar en la Europa del bienestar.
Desde entonces Vinterberg, liberado de las imposiciones que limitaban su querencia al efectismo, la solemnidad y el exceso, da palos de ciego con más furia que acierto. Posee buen olfato para los argumentos, una querencia natural para penetrar en el lodazal de la podredumbre familiar y un tic adolescente capaz de creer en una suerte de justicia reparadora. Este Submarino ha sido construido con lo mejor y lo peor de su universo. Lo mejor reside en su beligerancia contra los abusos y el maltrato a la infancia. Esencialmente, Submarino se abre con una escena tierna, dos hermanos adolescentes cuidan de su hermano pequeño, un bebé, debajo de una sábana en un clima de claustrofobia. El monstruo, la amenaza que los maltrata, adquiere la figura de una madre alcohólica. La pesadilla está servida. Luego, un flashforward dará sentido a lo que el filme desea narrar. Aquellos desarreglos del ayer conforman las ruinas humanas en las que los hermanos se han convertido ahora.
Como en Celebración, Vinterberg se muestra inflexible con la responsabilidad paterna. Su diagnóstico no titubea: las flaquezas de los padres, sus pecados, engendran las desgracias de los hijos. Para dar forma a este axioma, Submarino se aprovisiona con una acumulación de tragedias. Abusos, drogas, asesinatos, violencia, traición,… una sed oceánica de infortunios marca un retrato que, por exceso, se antoja inverosímil. Estamos ante una inverosimilitud agrandada/agravada por la asunción de un reparto que, salvo en algún personaje, desprende artificio e inadecuación. ¿Naufragio total?
Más bien decepción profunda al comprobar que Vinterberg debería asumir para siempre los “dogmáticos” votos de “castidad” de aquello que muchos creyeron que era una broma sin reparar que se trataba, en su caso, de una profiláctica estrategia.