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Palomas con disfraz de buitre

Título Original: CARANCHO Dirección: Pablo Trapero Intérpretes: Ricardo Darín, Martina Gusman, Carlos Weber, José Luis Arias, Fabio Ronzano y Loren Acuña Nacionalidad: Argentina, Francia y Chile. 2010 Duración: 107 minutos ESTRENO: Octubre 2010

Pablo Trapero, Lisandro Alonso, Adrián Caetano, Albertina Carri, Martín Rejtman, Bruno Stagnaro, Sandra Gugliotta, Daniel Burman, Lucrecia Martel, Ulises Rosell… engrosan una lista de nombres que se asemeja a una alineación. En algún modo, eso es. Todos forman parte de un equipo, el de la generación de cineastas nacidos a partir de los años 60, que con mayor o menor poderío representa una cierta corriente regeneradora del cine argentino. Son cineastas de festival y premio. Autores para públicos cómplices dispuestos a hincar el diente en discursos tensos y/o en textos heterodoxos, singulares, extremos.
Con mayor o menor pertinencia, entre todos levantaron lo que se ha denominado Nuevo Cine Argentino; más que un ideario estético, un sobrevivir sin muchos medios. En otro lugar contestaremos a la pregunta de ¿por qué se califica como nuevo lo que simplemente (re)nace por la carencia de dinero? Baste dejar constancia de que la falta de industria, y por lo tanto de beneficio, siempre incentiva la capacidad de riesgo.Lo que ahora nos ocupa es dilucidar de dónde (pro)viene Carancho y hacia dónde parece ir Pablo Trapero. Hace unos pocos años, Trapero confesaba su deseo de no militar en un cine de denuncia, “las denuncias se hacen en los juzgados” decía, pero sí de implicarse con un cine comprometido con sus personajes. Personajes siempre ubicados en lo periférico. Siempre al borde del desfiladero. Siempre malheridos por el destino. Sin embargo, entre aquel blanco y negro de corte documental titulado Mundo Grúa que fue su primer trabajo, y este Carancho, hay un cambio sustancial, una significativa metamorfosis.
De toda su filmografía, con la que comparte más sangre Carancho es con El bonaerense. Por la transición psicológica que sufre su protagonista y por ese nadar a contracorriente que encara un esfuerzo pírrico fuente de quebrantos y derrota. Pero en Carancho también vivimos el peso decisivo de Leonera, filme en el que Martina Gusman reinaba de principio a fin en un relato carcelario de culpa y redención, de agonía y esperanza. Lo nuevo en el universo de Trapero se llama Ricardo Darín ( Nueve Reinas, El hijo de la novia, El aura, El secreto de sus ojos…). La presencia de Darín, abanderado del otro cine argentino, el que no siempre seduce a la crítica pero que casi siempre enamora al gran público, debe entenderse como una declaración de intenciones del cine actual de Pablo Trapero.
Trapero, que ya en Leonera establecía un extraño ejercicio, un filme díptico en el que el arranque de colmillos ensangrentados se tornaba en su segunda mitad en un acto de salvación a través de la maternidad, reitera en Carancho ese maridaje crispado. Funde las dos caras de la miseria: la dignidad maltrecha de la gente anónima y la voraz ambición de los poderosos. Ata la tragedia a la redención. Recrea el periplo sin rumbo de un abogado convertido en buitre que se aprovecha de la muerte ajena, para sangrar a las compañías aseguradoras sacando oro del sufrimiento. El personaje de Darín, una vuelta de tuerca al Bogart arquetípico de desesperanza y heroismo, se cruza con una joven médica tan limpia en su ética como atrapada por su debilidad.
A través de ese love story terminal, en medio de la Argentina del post-corralito, una tierra convaleciente en la que todavía resuenan las campanas del pasado corrupto y criminal, Trapero tiende un puente entre el cine que le vio nacer y el público que todavía no le ha visto. Es un puente en el que se perciben los desajustes, pero a través del que se cruza con brío e intensidad de ese Nuevo Cine Argentino a un cine argentino dirigido a todos los públicos.

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