Carrey vuelve a la luna Título Original: I LOVE YOU PHILLIP MORRIS Dirección y guión: Glenn Ficarra y John Requa a partir del libro de Steve McVicker Intérpretes: Jim Carrey, Ewan McGregor, Leslie Mann y Rodrigo Santoro Nacionalidad: EE.UU. 2009 Duración: 100 minutos ESTRENO: Agosto 2010

Jim Carrey pertenece a una estirpe de actores inequívocamente norteamericanos. Su grado de histrionismo difícilmente puede darse fuera de esa cultura hecha a golpe de realismo guinness y de delirio labrado en las mejores historietas de Tex Avery. Esa es la cuestión, que bajo ese estado febril sólo es posible concebir enormes disparates o disparates geniales. Que la balanza se incline hacia el lado magistral es cuestión de precisión, de equilibrio y de compañía. Aquí, anclados en la recia austeridad castellana, la figura de Carrey despierta desprecios reductores que olvidan que además de Máscaras, de Ace Venturas y de desventuras sin pies ni cabeza, a Carrey le debemos personajes inolvidables como los que circulan por el celuloide de El show de Truman, Yo, yo mismo e Irene, Un loco a domicilio y, especialmente, Man on the moon de Milos Forman.
Si se repara en lo señalado se comprenderá que, en todos los casos felices, había un director de pulso firme y buena partitura. Con ellos y para ellos, Carrey, carne de dibujo animado y alma de cine cómico sin palabras, hizo posible lo inalcanzable para los demás. Nadie como Carrey puede sostener un recital gestual lleno de excesos para alumbrar las verdades más excéntricas. Y excéntrica es esta película inspirada en la increíble verdad de un timador salido del armario capaz de engañar a su mujer, a sus compañeros, a sus jefes, a la Policía, a los jueces e incluso a la opinión pública.
Dirigida a cuatro manos por Glenn Ficarra y John Requa, Phillip Morris ¡Te quiero! arranca con la velocidad de crucero con la que algunos cineastas emanados del videoclip y el videoarte formularon sus mejores películas en los años 90. Todo comienza con la confesión de un demacrado Carrey, echado sobre lo que podría ser su última cama. Algo de El crepúsculo de los dioses wilderiano resuena en esa declaración testamentaria. Y en efecto, como en el extraño caso de aquel guionista muerto en una piscina, el personaje de Carrey se presenta como una víctima. ¿Víctima? Ese es el misterio y a desvelarlo aplican los dos directores todas sus fuerzas con un profundo déficit a la hora de discernir lo que es polvo y lo que es paja, dónde empieza el humor y hasta dónde es posible magnificar el melodrama.
El tema vertebral que da al personaje de Carrey una singularidad de la que carecían los papeles por él protagonizados, reside en su rol homosexual. De no ser por ese detalle decisivo, ­­ Phillip Morris ¡Te quiero! se parecería demasiado al filme que Carrey hizo bajo las órdenes de Milos Forman. Y probablemente aquí reside la mayor decepción que este filme provoca. Carrey jamás consigue insuflar personalidad a su personaje. Y si Carrey no da verosimilitud a su personaje, Ewan McGregor, jamás entra en la historia.
En este filme donde la pólvora se diluye a los treinta minutos y la confusión reina durante una hora larga, Glenn Ficarra y John Requa incumplen el primer mandamiento de un director: hacer que sus actores se disuelvan en la piel de sus personajes. Carente de tensión y sin que nadie atienda a las riendas, Carrey, el hombre chicle, el chico de las mil muecas, va de un lado a otro con la brújula desimantada. Ewan McGregor constreñido en un personaje blando como un flan y frío como un muerto, le mira como quien observa la nada. Y sin embargo, esa nada que mira sin ver, no consigue hacer olvidar que aquí había una gran historia y un gran personaje.
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