Nuestra puntuación
Fondo y forma, moral y ética
Título Original: LONDON RIVER Dirección: Rachid Bouchareb Guión: Rachid Bouchareb, Olivier Lorelle y Zoé Galeron Intérpretes: Brenda Blethyn, Sotigui Kouyaté, Roschdy Zem, Sami Bouajila, Bernard Blancan, y Marc Bayliss Nacionalidad: Reino Unido, Francia y Argelia. 2009 Duración: 90 minutos ESTRENO: Julio 2010
La trayectoria de Rachid Bouchareb no admite titubeos. Películas suyas como Little Senegal (2001) y Days of Glory (2006) se estrenaron entre nosotros después de haberse visto en el festival de Valladolid, festival que nunca ha perdido su vocación de erigirse en portavoz de los derechos humanos. Bouchareb, cuyos orígenes audiovisuales estuvieron ligados a la televisión y al cine documental, también manifiesta esa querencia sensible a los llamados temas sociales. Nacido cerca de París en 1953 y de origen argelino, su cine cede los papeles protagonistas a personajes provenientes de territorios marcados por la pobreza y sometidos al colonialismo occidental. Quizá por esa urgencia de denuncia y reconciliación, aunque ha tocado temas peliagudos como la esclavitud africana y la aportación argelina a la liberación de Francia, su cine conjuga una gramática simplona y maniquea, más atenta al mensaje que al metalenguaje. Lo fía todo al predicamento de su posicionamiento porque ¿posee la verdad de los “buenistas”?
London River se inscribe de manera absoluta en esos parámetros. De ahí que, como aconteciera en sus obras anteriores, el tema ahoga al cine, los arquetipos sacrifican la profundidad y la razón de su alegato objetivo impide ahondar en la verdad subjetiva. El impulso que conforma London River gira en torno a una obviedad: independientemente del origen, son muchas más las afinidades que nos acercan “al otro” que las que nos diferencian. Ambientada en el criminal atentado del 7 de julio de 2005 en Londres, Bouchareb relata la odisea de dos padres de mediana edad en busca de sus hijos desaparecidos en ese día. Una es una británica convencional, un ama de casa anglosajona de té y pastas. El otro, un africano con rastas y gesto místico. Jamás hubieran coincidido, pero la ausencia de sus respectivos hijos hace que sus caminos se crucen para descubrir lo que les aproxima.
Al contrario que Mike Leigh, un cineasta que aplica el bisturí y el vaciamiento en sus personajes, Bouchareb se limita a repetir lo que desde el segundo reencuentro se adivina. Como además, trampea con el suspense y nos da gato por liebre, irrita percibir esa actitud en quien predica una lección de ética y se comporta como un mediocre cineasta.