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El posthéroe de la postmodernidad
Título Original: KICK-ASS Dirección: Matthew Vaughn Guión: Jane Goldman y Matthew Vaughn Intérpretes: Aaron Johnson, Christopher Mintz-Plasse, Mark Strong, Chloë Grace Moretz y Nicolas Cage Nacionalidad: Reino Unido. USA. 2009 Duración: 119 minutos ESTRENO: Junio 2010
Los recursos que Matthew Vaughn despliega en Kick-Ass no son infinitos pero citarlos nos llevaría bastante espacio. La mayor parte se ubican en el cine de la contemporaneidad, el que predica Quentin Tarantino y Guy Ritchie, el que no oculta su fe en Sergio Leone y en John Ford, ni disimula su deuda, esto ya provoca sarpullidos y fiebre entre cinéfilos de capilla, con respecto al mundo del videojuego y el cómic. Ahora bien, su mecánica interna recuerda poderosamente a un pasaje del filme de Milos Forman, Man on the moon. Es una secuencia inolvidable que explora el límite entre la risa y la tragedia. Me refiero al momento en el que el personaje de Jim Carrey, para hacerse perdonar, invita a su espectáculo a una viejísima gloria del baile. El detalle, acogido como sensible y aleccionador por el público, comienza sin demasiada tensión. Aparece la anciana venerable, dirige la orquesta Carrey/Kaufman y arrancan los primeros compases del baile que en su lejana niñez dieron gloria a la estrella. La batuta se mueve cada vez más rápida, la anciana baila cada vez con más dificultad, el público, el que en el filme presencia el espectáculo y el que en el cine mira la pantalla, ríe cada vez con más ganas hasta que la anciana… cae fulminada.
En Kick-Ass, filme cuyo argumento nada tiene que ver con el filme de Forman, Vaughn coloca al espectador al borde del dilema moral; en el precipicio de la incorrección política; en las fauces del humor-horror. O sea, congela la carcajada, pellizca la complacencia y bajo un aspecto inocuo, destila vitriolo contra tanto cine de acción sin garra.
Basado en un cómic que fue gestándose a la vez que la película, Vaughn agita el toque freak del Kevin Smith de sus comienzos, con la devoción por el cine japonés de los noventa. Su irrupción no puede ser más oportuna. Aparece en el tiempo en el que el cine convencional de superhéroes se desinfla lastimosamente. Kick-Ass, pariente lejano del Zebraman de Takashi Miike es aquello que Iron Man 2 nunca alcanza. Su energía y su mordacidad reducen a Robin Hood a la vida ejemplar de los píos tebeos de los años 60. Su mala uva sostenida por una inteligente y saludable media distancia, desactiva la mayor parte del cine de acción de los últimos años.
Tras Kick-Ass cabe preguntar por el sentido que tendrá hacer nuevos Spidermans, X-men y demás superhéroes. Vaughn y Kick–Ass clausuran una fórmula ¿agotada? Y lo hacen tomándose su tiempo. El filme empieza suave, demasiado para lo que las reglas del cine comercial exigen. Y cuando parece que su héroe de pijama verde y escasa envergadura se abisma hacia la caricatura sin gracia, comienza a crecer sobre sí mismo al mostrar las verdaderas y perversas intenciones.
Lo más sorprendente de ese recital que abusa de guiños, desde Kill Bill a Batman, descansa en una niña de trece años llamada Chloë Grace Moretz (1997). La volveremos a ver en la versión americana de Déjame entrar. Fue la Alicia de The Eye y la voz de Young Penny en Bolt. Aquí es Hit Girl, una niña huérfana inspirada por el manga y alimentada por una sed de venganza que no diferencia entre los límites del castigo y la ética. En ella, mezcla de la destreza felina de la Thurman tarantiniana y la candidez de la Portman de Beautiful Girls, se apoya Matthew Vaughn, un cineasta que comenzó como productor junto a Guy Ritchie y con quien comparte estilísticamente casi todo. Vaughn, un descendiente bastardo del rey George VI, casado con Claudia Schiffer y candidato a dirigir Thor; antes de enfrentarse al hijo de Odín, nos regala un filme gozoso. Una aventura sobre héroes patéticos que subliman la necesidad humana de soñar con lo extraordinario: el triunfo del bien.