El grave peso de la leyenda Título Original: ROBIN HOOD Dirección: Ridley Scott Guión: Brian Helgeland Intérpretes: Russell Crowe, Cate Blanchett, William Hurt, Mark Strong, Oscar Isaac, Danny Huston, Eileen Atkins y Max Von Sydow Nacionalidad: Reino Unido/USA. 2010 Duración: 141 minutos ESTRENO: Mayo 2010

El cineasta más cercano a Ridley Scott se llama Michael Curtiz. Esta afirmación no emana del hecho de que ahora ambos cuenten en sus filmografías con sendas recreaciones sobre el imaginario del arquero de Nottingham, sino del hecho de que los dos son autores de películas legendarias. Curtiz hizo Casablanca; Scott, Blade Runner. Ambos poseen un vertiginoso historial lleno de éxitos y de incursiones tan heterogéneas como notables. Pero ninguno ocupa en la Historia del cine un lugar entre los grandes. Dicho de otro modo, sus películas cotizan más alto que sus perfiles, puestos siempre bajo sospecha. Para ellos había un calificativo ahora en desuso. Scott, como Curtiz, pertenecen a la nobleza de los mercenarios de carrera, cineastas de probada profesionalidad que no dudan en sacrificar la autoría por un puñado de entradas.
Esa querencia por el éxito empaña este Robin Hood que promete realismo pero vende fantasía digital; que anuncia compromiso con la Historia pero no duda en traicionar su propia historia. Scott cree que su RobinCrowe resulta más masculino que el RobinFlynn de Curtiz, sin comprender que la testosterona no es cuestión de mallas. Tampoco entiende que una cara perpleja y malhumorada jamás seducirá tanto como una sonrisa. En consecuencia, este Robin Hood se (pre)siente mortecino, triste, viejuno e inverosímil. De no ser porque lady Marion está sostenida por Cate Blanchett, de los 141 minutos de su duración sobrarían noventa.
El guión fue sometido a una cirujía traumática. En su origen Robin iba a ser el villano, hasta que Crowe apareció como productor y protagonista. Todo cambió y Scott no dudó en contribuir con ideas ajenas y autoplagios. Su arranque bebe de El regreso de Martin Guerre, sus estrategias saben de Gladiator y en su interior asoma el misterio de unos fantasmales niños salvajes.. Ahora bien, la taquilla manda y Scott obedece, de modo que aparte de la consumada brillantez formal, con poco hace mucho, su Robin Hood acaba desfondado en sus metros finales. Una banda sonora estridente certifica esa ceremonia confusa que aquí no encuentra el punto preciso por más que Scott revisite maestros del cine bélico como Fuller y/o saquee a ilustres, como el gran Fleischer, del cine de aventuras.
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