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El trágico que añoraba la risa
Título Original: SOUL KITCHEN Dirección: Fatih Akin Guión: Fatih Akin y Adam Bousdoukos Intérpretes: Adam Bousdoukos, Moritz Bleibtreu, Birol Ünel , Anna Bederke, Lucas Gregorowicz, Udo Kier y Demir Gökgöl Nacionalidad: Alemania. 2009 Duración: 99 minutos ESTRENO: Abril 2010
Seduzca o repela, el cine de Fatih Akin posee un distintivo reconocible. Da igual que este cineasta turco-alemán se sumerja en el pozo de la desesperación, Contra la pared (2004); que se dé un homenaje musical, Crossing the Bridge: The sound of Istanbul (2005) o que trate de fusionar etnia con cultura, origen con presente, Alemania con Turquía, Al otro lado (2007). Haga lo que haga, comedia, drama, musical sus personajes poseen su toque característico, una firma poderosa. Incluso cuando como ahora, con Soul Kitchen, estemos frente a la película tonta de un cineasta que siempre se mueve como si fuera excesivamente listo. También aquí su marca permanece indeleble.
Tal vez cansado de la ira y desconcierto mostrados en buen parte de su cine, quizá contento porque ha conseguido convertirse en uno de los nombres con rostro del cine europeo de la contemporaneidad, Soul Kitchen rezuma un deseo de caer bien, de hacer cine con buen rollo y mejor final.
La cabeza desea pero la naturaleza decide y Fatih Akin, por más que lo intenta, no consigue zafarse de su tendencia a rodearse de outsiders de cuero y alcohol, heroínas de gesto agrio y polvo intenso y situaciones periféricas, alegales, siempre trufadas por la urgencia y el golpe. Lo suyo pertenece más al terreno de la estética grunge que al de la desesperación verdadera y, en todo caso, cuando ésta aflora, caso de la ambivalente Corto y con filo (1998), siempre encuentra refugio en las raíces del padre; en las sombras del legado otomano.
En Soul Kitchen, con el pretexto de dibujar la travesía por el hundimiento y resurrección de un restaurante atípico, Akin se propone la risa en lugar de la congoja. Para ello mezcla el chiste con el conflicto. Lamentablemente, sólo desde una voluntad entusiasta es posible ver la gracia a un Akin poco dotado para el humor. En realidad, lo mejor de Soul Kitchen asoma por los recovecos que insinúan la fragilidad de esa risa hecha de alegría de taberna, música y sexo. Lejos de los desvaríos barrocos de Kusturica y sin la capacidad de traspasar el absurdo de Kaurismäki, Akin se toma en Soul Kitchen un estrafalario descanso. Un respiro que no añade nada a lo que ya se sabía. Lo suyo no pertenece al reino de lo sutil sino al destierro del exceso.