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Radiografía poética de la fe Título Original: LOURDES Dirección y guión: Jessica Hausner Intérpretes: Sylvie Testud, Léa Seydoux, Bruno Todeschini, Elina Löwensohn, Gerhard Liebmann, Linde Prelog, Gilette Barbier y Katharina Flicker Nacionalidad: Austria, Francia y Alemania. 2009 Duración: 99 minutos ESTRENO: Abril 2010
Lourdes se despereza con los acordes del Ave María de Franz Schubert. Con un plano fijo y cenital. Un comedor avistado desde arriba, un tablero de ajedrez que, de manera apenas perceptible, muestra su especial identidad. En efecto, en la disposición de ese habitáculo, en las mesas preparadas para el gaudeamus, al reconocer la vajilla ya distribuida, vemos que hay más platos que sillas. ¿Misterio? Instantes después cuando los comensales llegan, todo se aclara. Algunos de ellos vienen en sillas de ruedas. Son peregrinos, un ejército desgarrado entre cuyos integrantes algunos acuden en busca de la última esperanza. Y es así, a golpe de extrañamiento, entre lo prodigioso y lo evidente, como avanza un filme encasillable, sutil e inteligente, una demoledora reflexión sobre un espacio de magia y vacío. Su directora, Jessica Hausner, una realizadora austriaca, penetra en el santuario de Lourdes con un antorcha de helada ternura y con la intención de levantar una crónica desapasionada del rito y del mito, del milagro y de sus consecuencias. Con apenas tres largometrajes en su haber, este es el tercero, Hausner aparece como una cineasta poderosa, prometedora, personal. Su estilo sobrio, duro, indagador y aquí respetuoso, hacen de Lourdes un filme pantanoso. En el fondo de esa cueva a la que ella se acerca, nos aguarda el enigma de la fe, el negocio de la desesperación, el peregrinaje convertido en rutina turística y el último estertor de los más maltratados.
En ese escenario, Hausner, familiarizada con la religión -sólo desde la complicidad, desemboque ésta en rechazo o militancia, se palpa la esencia-, levanta su filme sobre una base triangular. Dos lados pertenecen a otro tiempo. Uno sabe mucho de Buñuel. Las conversaciones del cura, la enfermera y el escéptico, con las que se articulan los diferentes actos de este exordio sobre el milagro y sus (d)efectos, evoca las ridículas pero solemnes explicaciones teológicas que Buñuel soltó en La Vía Láctea. El otro lado se llama Dreyer. Y el tercero se debe al realismo de plano congelado y gesto intenso del cine de la contemporaneidad. De ahí que Lourdes aparezca nueva y vieja a la vez, eterna y fugaz. Inaprensible como la fe, resbaladiza como la verdad y tan incómoda como la gente en masa.
En ese escenario, Hausner, familiarizada con la religión -sólo desde la complicidad, desemboque ésta en rechazo o militancia, se palpa la esencia-, levanta su filme sobre una base triangular. Dos lados pertenecen a otro tiempo. Uno sabe mucho de Buñuel. Las conversaciones del cura, la enfermera y el escéptico, con las que se articulan los diferentes actos de este exordio sobre el milagro y sus (d)efectos, evoca las ridículas pero solemnes explicaciones teológicas que Buñuel soltó en La Vía Láctea. El otro lado se llama Dreyer. Y el tercero se debe al realismo de plano congelado y gesto intenso del cine de la contemporaneidad. De ahí que Lourdes aparezca nueva y vieja a la vez, eterna y fugaz. Inaprensible como la fe, resbaladiza como la verdad y tan incómoda como la gente en masa.