La delgada línea que separa la estulticia del freakismo

Título Original: GET SMART Dirección: Peter Segal Intérpretes: Steve Carell, Anne Hathaway, Dwayne Johnson, Alan Arkin, Terence Stamp, James Caan, Terry Crews, Bill Murray y David Koechner Nacionalidad: EE.UU. 2008 Duración: 110 minutos ESTRENO: Agosto 2008


Hay un matiz importante que diferencia al Maxwell Smart que conocimos en la pantalla televisiva del Maxwell Smart de la “película”. Se trata de un cambio sustancial. Más allá de cualquier disquisición sobre la calidad y acierto del trabajo, justo es reconocer que el equipo que dirige Peter Segal ha entendido a la perfección la necesidad de asumir una máxima: es preciso que todo cambie para que todo permanezca casi lo mismo. Por eso, porque los años 60 en nada se parecen al comienzo del siglo XXI, este Superagente 86 ofrece dos sustanciales modificaciones. La primera reside en el actor que le encarna, un buen profesional, Steve Carrell, capaz de construir un personaje y de ajustar sus habilidades a las necesidades del guión. La otra, es el personaje. El agente 86 no es un patán, no se mueve en el territorio de la idocia sino en el del freakismo.
Se puede tener mucho cariño nostálgico por el actor ya fallecido Don Adams, pero salvo su polivalente trabajo -fue guionista y director además de actor,- en Get Smart, lo más reseñable de su curriculum fue poner la voz al Inspector Gadget, en la serie de dibujos animados. Lo mismo puede decirse del enfrentamiento entre Anne Hathaway y Barbara Feldon. Salvo su paso por la serie, de la bella Feldon sólo se recuerda, en el terreno de la interpretación por supuesto, su experiencia como modelo y su extenso saber de William Shakespeare. En todo caso, la conclusión es obvia: los nuevos actores de Superagente 86 son considerablemente más poderosos y capaces que sus predecesores.
Cuando nació Superagente 86 de la mano del siempre socarrón Mel Brooks y de Buck Henry, había un único referente en el que fijar su (contra)modelo. Ese era el agente 007, que en el cine protagonizaba Sean Connery. La estrategia seguida por la serie fue la misma que Francisco Ibañez aplicó en Mortadelo y Filemón: la caricatura. Exagerar humorísticamente el modelo de partida para hacer del contraste el resorte de la hilaridad. De modo que si 007 era inteligente, valiente y guapo, Maxwell Smart era torpe, pusilánime y feo. Lo mismo acontecía con los inventos y las tramas del espionaje; los artilugios que en James Bond causaban admiración y asombro, en Smart, desembocaban en conflictos, desastres y fracasos… aunque al final, siempre sonreía el éxito.
A lo largo de los cinco años de existencia de la serie, Mel Brooks parodió todo lo parodiable y, con parecida actitud, este largometraje hace lo mismo. Por supuesto, la respuesta del espectador variará sensiblemente en función de su edad, de su conocimiento de la serie y de su objetividad ante los recuerdos. Fiel a su rango de comedia situacional, este filme acude al presente y al pasado, de manera que tanto le sirve parodiar a Alfred Hitchcock que pellizcar el cadáver ya putrefacto de un Bush del que se ríen hasta los niños. Eso significa mirar a todos los públicos.
Otra cosa es que con lo que en este filme se cocina se pueda (con)vencer a los que ya pasan de los cuarenta y pico. Y es que la nostalgia embellece y mejora lo que vivimos en el pasado, especialmente si se percibió con ojos de niño. Pero la nostalgia no aguanta un análisis serio ni puede sostener que este largometraje es mucho peor que lo que fueron los capítulos de la serie. Otra cosa es que no se acepte que se haya ennoblecido a Smart, quien ya no es estúpido, sino un superdotado. Un “raro” que no mira con complejo “landista” a la 99 y que sobrelleva con ella un flirt -qué palabra tan cursi- sensual e irónico. Aquí no hay que reirse del tonto sino disfrutar con el freaki. Ese es el matiz y ese es el reto.
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