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El drama de Edipo en el corazón del imperio británico Título Original: ROCKNROLLA Dirección y guión: Guy Ritchie Intérpretes: Gerard Butler, Tom Wilkinson, Thandie Newton, Mark Strong, Idris Elba, Tom Hardy, Toby Kebbell y Jeremy Piven Nacionalidad: Reino Unido. 2008 Duración: 114 minutos ESTRENO: Enero 09

Eclipsado por su vida íntima, carne de las revistas de poco leo y mucho cotilleo, Guy Ritchie es un cineasta maltratado por el mercado del mal llamado corazón. Ninguneado por cualquiera con posibilidad de dejar oir o leer su opinión, estamos ante un director que será reivindicado dentro de unos años como un fiel exponente del cine del nuevo milenio. Básicamente su mérito descansa en una naturaleza que disfruta con el cine, con su puesta en escena, con la resolución de cada secuencia, con deconstruir los viejos cánones y construir los nuevos divertimentos.
Se ha señalado con lucidez que Rocknrolla conforma un tríptico irreverente junto a Lock and Stock y Snatch, cerdos y diamantes. En todos los casos, su cine tiene en común una querencia por el cine negro distorsionado por el exceso, más propio del exacerbar de Sergio Leone que del ironizar de Quentin Tarantino. Los tres transcurren en tiempo presente y todos cultivan su querencia, su debilidad y su complacencia por los personajes pícaros. Sus antihéroes ocupan los dos extremos del abanico, o bien son víctimas de su propio delirio, lo que les acaba redimiendo, o simplemente se trata de buscavidas de moral relajada hacia la propiedad privada pero no carentes de un enterrado sentido ético.
En algún modo, Guy Ritchie se pasea por las entrañas carcomidas del imperio británico para encontrarse con el mismo paisanaje que David Cronenberg convocó en Promesas del Este. O sea la nueva mafia rusa concebida por el desmoronamiento de la URSS. Una nueva aristocracia del crimen que blanquea su dinero de sangre y prostitución a través de la especulación inmobiliaria en la vieja Europa. Lo que en el cineasta canadiense era liturgia de descomposición alumbrada por los relámpagos violentos del cine oriental, en el director británico se transforma en desvergüenza y parodia, en espectáculo y evasión. Pero esto no significa ni banalidad ni falta de ambición. Al contrario. Tras ese disfraz de disparate permanente, Ritchie mezcla con ritmo y talento una trama de corrupción que sabe mucho de la tradición del cine británico.
Rocknrolla parece mezcla del espíritu irreverente del humor negro inglés y unas ácidas gotas del hacer Ealing, en el lecho del descarnado cine negro británico. Esto germina, no podría ser de otro modo, en acciones de brutalidad evidente que sostienen una trama edípica en la que el conflicto está servido: hay que matar al padre.
Anfetamínico, coral e irreverente, Rocknrolla se acelera a golpe de quiebros y a través de una urdimbre narrativa llena de mcguffins. En el fondo se repinta una y otra vez un viejo conflicto de tradición medieval: bufones, asesinos, truhanes y señores feudales de señoríos ensangrentados. Con él Rocknrolla reescribe la vida de unos ¿Robin Hoods? del siglo XXI. Paradójicamente a filmes como éste le perjudica considerablemente el signo de nuestro tiempo. Esto es, la incapacidad del público para revisitar una y otra vez su contenido. En un estado de la cuestión en el que se poseen las películas sin que sea necesario ni verlas ni haberlas visto, no hay tiempo para la (re)lectura.
Esa generosa narratividad que golpea sin parar a quien la observa, paga un alto tributo. Ahogados en su frondosidad se pierden sus mejores aciertos, los pequeños y poderosos detalles con los que se denuncia la corrupción social, sin que para hacerlo sea preciso parecer un predicador o un iluminado. Al contrario, Ritchie aparenta moverse en la frivolidad del juego epidérmico pero sus películas guardan, en su interior, una carga de profundidad que les hace, primero emblematizar su tiempo, para luego, ¿lo veremos? permanecer
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