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Crónica negra de la iglesia del franquismo
Título Original: NO-DO Dirección: Elio Quiroga Intérpretes: Ana Torrent, Francisco Boira, Héctor Colomé, Rocio Muñoz, Alfonsa Rosso y Alejandra Lorenzo Nacionalidad: España. 2008 Duración: 94 minutos ESTRENO: Junio 09
En 1973, Víctor Erice, escoltado por Elías Querejeta y con Fernando Fernán Gómez al frente del reparto, presentó uno de esos filmes que siempre aparecen entre los mejores títulos del cine español de todos los tiempos: El espíritu de la colmena. Su hegemonía resulta inapelable, de ahí que sea un filme citado de manera constante por todo el mundo. Pero ante citas tan excesivas, cabe sospechar que no todas se han tomado la molestia de analizarlo. Ocurre con los cánones culturales, que muchos citan no el texto original, sino lo que otros han citado. Elio Quiroga, director de No-Do pertenece, a la vista de su filme, a quienes sí parece conocer El espíritu de la colmena. Tanto que a él acude para conformar esta película que se adentra en el thriller fantástico. ¿Por qué? Entre otras cosas porque existe una continuidad, un gesto en la mirada que abrocha la mirada de la Ana Torrent que en el filme de Erice tenía siete años, con la que ahora representa a una madre desgarrada por el pánico de la muerte. En ambos casos, además, sus personajes viven solos sin parecerlo.
El despegue de No-Do, referencia explícita a aquel noticiario del régimen franquista que se arrogaba el poder de poner el mundo entero en las manos de los españoles, resulta sugerente. Quiroga excava en la fosa de las catacumbas del franquismo y la Iglesia española. En el mundo subterráneo de los excesos de la fe, el de los estertores de la Inquisición. En ese paisaje hundido, hurga entre los restos de aquel naufragio intelectual y fanático construido por exorcistas enloquecidos, prodigios milagreros, autos de fe, mártires, torturas y perversiones con querencia por lo nefando.
En algún modo, No-Do se puede percibir como una nueva incursión en esa cartografía donde El orfanato, Los Otros, REC, Frágiles, Los sin nombre e incluso El laberinto del fauno han redimensionado ese cine español tan pegado al constumbrismo de caspa y boina, tan necesitado de respirar aires fantásticos. Para ello, Quiroga aporta una carta singular, un pretexto sugerente: desempolvar los archivos secretos del No-Do para bucear en ese material prohibido de aquella España crédula e ignorante que llenaba la última página del diario Pueblo con sucesos extraordinarios y fenómenos como los de Fátima por el que niños inocentes eran usados como vía de comunicación por vírgenes, dioses y diablos.
En este caso, más cerca de los demonios que de los ángeles, Quiroga, que arma bien su arranque y que retoma la mirada siempre quebrada que dejó herida a Ana Torrent cuando Erice le mostró que detrás del monstruo de Frankenstein se escondía un terrible vacío, amaga bien pero no resuelve, percibe pero no recibe, se asoma pero no penetra en un sugerente terrreno propicio para desmontar la farsa política, la mentira religiosa y la ruina de la superstición.
En su lugar, el autor cede al género, pero no a los excesos y la provocación, no al disparate que dio a Jess Franco su pasaporte internacional al olimpo de los freakies, sino al de una solvente factura técnica que prefiere seguir los pasos de Amenábar sin el poder manipulador que posee el autor de Mar adentro. De ese modo, No-Do no desentierra las momias del poder político aunque narre y muestre su guante manipulador. En lugar de penetrar en la denuncia social, cede el testigo a lo anecdótico para optar por un paso a dos, entre una madre visionaria y un cura bueno con sentimiento de culpabilidad. Sus caminos se cruzan para resolver un caso de niñas fanáticas y virgen negra; sus caminos se pierden en lo genérico y en lo previsible. Entre lo inquietante que permanece y el susto que salta y pasa, No-Do se rinde a esto último.
El despegue de No-Do, referencia explícita a aquel noticiario del régimen franquista que se arrogaba el poder de poner el mundo entero en las manos de los españoles, resulta sugerente. Quiroga excava en la fosa de las catacumbas del franquismo y la Iglesia española. En el mundo subterráneo de los excesos de la fe, el de los estertores de la Inquisición. En ese paisaje hundido, hurga entre los restos de aquel naufragio intelectual y fanático construido por exorcistas enloquecidos, prodigios milagreros, autos de fe, mártires, torturas y perversiones con querencia por lo nefando.
En algún modo, No-Do se puede percibir como una nueva incursión en esa cartografía donde El orfanato, Los Otros, REC, Frágiles, Los sin nombre e incluso El laberinto del fauno han redimensionado ese cine español tan pegado al constumbrismo de caspa y boina, tan necesitado de respirar aires fantásticos. Para ello, Quiroga aporta una carta singular, un pretexto sugerente: desempolvar los archivos secretos del No-Do para bucear en ese material prohibido de aquella España crédula e ignorante que llenaba la última página del diario Pueblo con sucesos extraordinarios y fenómenos como los de Fátima por el que niños inocentes eran usados como vía de comunicación por vírgenes, dioses y diablos.
En este caso, más cerca de los demonios que de los ángeles, Quiroga, que arma bien su arranque y que retoma la mirada siempre quebrada que dejó herida a Ana Torrent cuando Erice le mostró que detrás del monstruo de Frankenstein se escondía un terrible vacío, amaga bien pero no resuelve, percibe pero no recibe, se asoma pero no penetra en un sugerente terrreno propicio para desmontar la farsa política, la mentira religiosa y la ruina de la superstición.
En su lugar, el autor cede al género, pero no a los excesos y la provocación, no al disparate que dio a Jess Franco su pasaporte internacional al olimpo de los freakies, sino al de una solvente factura técnica que prefiere seguir los pasos de Amenábar sin el poder manipulador que posee el autor de Mar adentro. De ese modo, No-Do no desentierra las momias del poder político aunque narre y muestre su guante manipulador. En lugar de penetrar en la denuncia social, cede el testigo a lo anecdótico para optar por un paso a dos, entre una madre visionaria y un cura bueno con sentimiento de culpabilidad. Sus caminos se cruzan para resolver un caso de niñas fanáticas y virgen negra; sus caminos se pierden en lo genérico y en lo previsible. Entre lo inquietante que permanece y el susto que salta y pasa, No-Do se rinde a esto último.