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El freakie que perdió la gracia, el norte y el talento Título Original: ZACK AND MIRI MAKE A PORNO Dirección y guión: Kevin Smith Intérpretes: Seth Rogen, Elizabeth Banks, Traci Lords, Jason Mewes, Ricky Mabe, Craig Robinso y Katie Morgan Nacionalidad: EE.UU. 2008 Duración: 101 minutos ESTRENO: Junio 09
La historia del Arte se ha escrito con leves movimientos, gestos apenas perceptibles que alumbraron radicales transformaciones. Ya lo saben: un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad. Por ejemplo, hace 2.500 años, alguien se atrevió a mostrar por primera vez un pie visto de frente. Hasta entonces, el Arte Egipcio había mantenido unas férreas normas de representación. Fueron siglos de esplendor faraónico regidos por rigurosas normas fielmente cumplidas por artistas anónimos. Por eso mismo, el salto hubo de ser ejecutado por un artista de cuyo nombre no hay noticia cierta. Bastó con que ese pintor osara mostrar un pie que se atrevía a girar noventa grados con respecto a la forma tradicional. Ese pie visto en las vasijas 500 años antes de que llegara Cristo, apenas estaba constituido por cinco torpes circulitos pero, con ellos, aparecían los cinco dedos del pie hasta entonces nunca mostrados. Y con esos cinco círculos el Arte entró en lo que autores como E.H. Grombrich bautizaron como “el gran despertar”.
Por cierto, cuánto hubiera agradecido si en lugar de permanecer despierto hubiera conseguido dormirme durante los inacabables, soporíferos y repelentes 101 minutos de ¿Hacemos una porno?
No obstante, por respeto a la profesión, acostumbro a permanecer en la sala en vigilia hasta el final del filme, en este caso aviso que, tras los créditos se incluye “un chistecillo”, generosa calificación de lo que nunca muestra el más mínimo ingenio.
La referencia de apertura obedece al deseo de manifestar lo difícil que ha sido para el ser humano evolucionar el lenguaje artístico y lo fácil que puede ser, a la vista del caso Kevin Smith, convertirse en un peligroso analfabeto. Causa desconcierto y dolor confirmar que el autor de ¿Hacemos una porno? es el mismo director que en 1994 debutaba con un ácido blanco y negro titulado Clerks. Cierto es que, para su desesperación, Kevin Smith nunca logró mejorar su ópera prima, al contrario, título a título, Smith ha ido disolviéndose en un proceso pernicioso. Cuanto peor era su siguiente película, más se irritaba con los periodistas cinematográficos, más diatribas lanzaba contra la crítica y menos respeto mostraba por el público.
¿Sobredosis de vanidad? Sí, y de alguna cosa más probablemente. Coetáneo de Quentin Tarantino, graduado por la Marvel en el tema de los superhéroes y doctorado en Star Wars y Tiburón, Lucas y Spielberg son sus dioses pero casi nada de ellos se le ha pegado. Carente de la brillantez visual del autor de Pulp Fiction, Smith se limita a incurrir en excesos verbales con la coartada de su dominio de la subcultura freakie. Tanta referencia para hacer de Zack an Miri make a porno, un filme cuya naturaleza está más cerca de Casi 300 y Scary Movie que del primer Clerks que hizo creer que allí había un cineasta prometedor.
Si lo hubo, aquí no tenemos noticia alguna de él. Por el contrario, todo en esta horrorosa caricatura se reduce a ingeniosas tonterías como hacer un filme porno inspirado en La guerra de las galaxias y titularlo La guarra de las galaxias, correcta traducción de Star Wars y Star Whores. ¡Qué risa!
Kevin Smith y esta película son la evidencia de dos lecciones. Una, que lamentablemente un cineasta listo puede acabar convertido en un insufrible juntaplanos. Y dos, que no es patrimonio español rodar engendros contra los que sólo hay que lamentar que ocupen un lugar en las salas de cine dejando fuera títulos infinitamente más dignos. Hay una tercera enseñanza en este filme que ni es porno ni es cine: constatar que el penoso declive que campa en las salas comerciales avanza sin remedio.
Por cierto, cuánto hubiera agradecido si en lugar de permanecer despierto hubiera conseguido dormirme durante los inacabables, soporíferos y repelentes 101 minutos de ¿Hacemos una porno?
No obstante, por respeto a la profesión, acostumbro a permanecer en la sala en vigilia hasta el final del filme, en este caso aviso que, tras los créditos se incluye “un chistecillo”, generosa calificación de lo que nunca muestra el más mínimo ingenio.
La referencia de apertura obedece al deseo de manifestar lo difícil que ha sido para el ser humano evolucionar el lenguaje artístico y lo fácil que puede ser, a la vista del caso Kevin Smith, convertirse en un peligroso analfabeto. Causa desconcierto y dolor confirmar que el autor de ¿Hacemos una porno? es el mismo director que en 1994 debutaba con un ácido blanco y negro titulado Clerks. Cierto es que, para su desesperación, Kevin Smith nunca logró mejorar su ópera prima, al contrario, título a título, Smith ha ido disolviéndose en un proceso pernicioso. Cuanto peor era su siguiente película, más se irritaba con los periodistas cinematográficos, más diatribas lanzaba contra la crítica y menos respeto mostraba por el público.
¿Sobredosis de vanidad? Sí, y de alguna cosa más probablemente. Coetáneo de Quentin Tarantino, graduado por la Marvel en el tema de los superhéroes y doctorado en Star Wars y Tiburón, Lucas y Spielberg son sus dioses pero casi nada de ellos se le ha pegado. Carente de la brillantez visual del autor de Pulp Fiction, Smith se limita a incurrir en excesos verbales con la coartada de su dominio de la subcultura freakie. Tanta referencia para hacer de Zack an Miri make a porno, un filme cuya naturaleza está más cerca de Casi 300 y Scary Movie que del primer Clerks que hizo creer que allí había un cineasta prometedor.
Si lo hubo, aquí no tenemos noticia alguna de él. Por el contrario, todo en esta horrorosa caricatura se reduce a ingeniosas tonterías como hacer un filme porno inspirado en La guerra de las galaxias y titularlo La guarra de las galaxias, correcta traducción de Star Wars y Star Whores. ¡Qué risa!
Kevin Smith y esta película son la evidencia de dos lecciones. Una, que lamentablemente un cineasta listo puede acabar convertido en un insufrible juntaplanos. Y dos, que no es patrimonio español rodar engendros contra los que sólo hay que lamentar que ocupen un lugar en las salas de cine dejando fuera títulos infinitamente más dignos. Hay una tercera enseñanza en este filme que ni es porno ni es cine: constatar que el penoso declive que campa en las salas comerciales avanza sin remedio.