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Pasión y redención de Harry, el sucio Título Original: GRAN TORINO Dirección: Clint Eastwood Intérpretes: Clint Eastwood, Christopher Carley, Bee Vang, Ahney Her , Brian Haley, Geraldine Hughes, Dreama Walker, Brian Howe y John Carroll Lynch Nacionalidad: EE.UU.2008 Duración: 116 minutos ESTRENO: Marzo 09
Este Gran Torino de Eastwood parece menos complejo que su obra anterior, El intercambio, aunque se muestre como su filme más personal desde Million dollar baby. ¿Paradójico? Puede ser, pero con Gran Torino, nombre de un viejo modelo de automóvil de la Ford, retorna el héroe que Eastwood encarna, el hombre sin nombre, el sucio Harry y el pistolero cínico que recogió el colt que Gary Cooper, Gregory Peck y Henry Fonda habían dejado con el final del western clásico. Eastwood, el último gran caballero del far-west en un tiempo en el que cada año surge algún filme intenso como El tren de las 3.10 o El asesinato de Jesse James… , nunca ha sido tan fiel a sí mismo como en este melodrama que recupera su esencia (lo que conlleva un cierto maniqueísmo didáctico) y que disecciona con escalpelo cruel el American way of life.
El caso es que Eastwood cumplirá 79 años el próximo 31 de mayo, luego ya han pasado 17 desde que el personaje inventado por Leone en Por un puñado de dólares reaparecía en Sin perdón. Eastwood dignificó con ello el término crepuscular y se convirtió en su magistrado. Y ¡qué larga y fructífera decrepitud! Mientras la mayoría de los jubilados broncea su panza al sol ante un plato de nada, él ha alumbrado en el tiempo del júbilo lo mejor de su filmografía.
Ahora bien, entremos en harina. La Ford construyó el modelo llamado Gran Torino a comienzo de los años 70, justo en el instante en el que Don Siegel, su verdadero mentor, dirigiera la primera entrega de Harry el sucio, en cuyo guión colaboró el entonces muy joven Terrence Malick. ¿Casualidad? Con Eastwood, nunca. Por eso con este Gran Torino Eastwood hace de su personaje Walt Kowalski, un Harry octogenario, liberal justiciero y descreído, un héroe que rumia el dolor de la pérdida, el vacío de la muerte de su compañera.
Kowalski, apellido idéntico al del protagonista de Vanishing Point, (1971) un filme en torno a un iluminado conductor de un Dodge Challenger, vive en un barrio periférico neocolonizado por familias asiáticas. Observa la ausencia de ley de unas calles controladas por jóvenes delincuentes y, aunque la bandera de EE.UU. preside su casa, nada prevalece de lo que ésta significa.
Eastwood hace de su Kowalski, un soldado superviviente de la guerra de Corea, un solitario enfurruñado, un hombre cuyo pasado glorioso ahora pone en duda. No habla, gruñe; no espera, desespera. No le queda nada ni nadie. Apenas un viejo amigo peluquero, un coche de otro tiempo, una familia que no reconoce y unos vecinos que se niega a conocer. Se siente viejo y se sabe enfermo. La vida se le escapa y, en ese contexto, muchos ven al justiciero que no ignora que la naturaleza del hombre es un abrevadero donde la maldad se sirve en tragos largos. Hay algo en ese periplo, en ese calvario y crucifixión, en su fidelidad a las armas y en su desconfianza en dios que huele a Harry, un Harry en estado puro. Ahora bien, lo nuclear se esconde en su confluencia con el Bergman de Saraband y el Lumet de Antes de que el diablo sepa que has muerto. En consecuencia en Gran Torino se asiste al descalabro absoluto de la familia como refugio de valores éticos.
El ex-soldado Kowalski nada tiene que decir ni a su hijo ni a sus nietos. Será en esa comunidad oriental donde relampagueen los afectos. Los EE.UU. se nos dice aquí, ya no pertenecen a los WASP. Ellos no heredarán el sueño de Lincoln sino los nuevos habitantes: los hijos de aquellos a los que en los años 50, los soldados yanquis mataban en nombre de la libertad y en lucha contra el comunismo. Inquietante moraleja ésta que nos aguarda en esta hermosa obra sobre el perdón y el remordimiento.
El caso es que Eastwood cumplirá 79 años el próximo 31 de mayo, luego ya han pasado 17 desde que el personaje inventado por Leone en Por un puñado de dólares reaparecía en Sin perdón. Eastwood dignificó con ello el término crepuscular y se convirtió en su magistrado. Y ¡qué larga y fructífera decrepitud! Mientras la mayoría de los jubilados broncea su panza al sol ante un plato de nada, él ha alumbrado en el tiempo del júbilo lo mejor de su filmografía.
Ahora bien, entremos en harina. La Ford construyó el modelo llamado Gran Torino a comienzo de los años 70, justo en el instante en el que Don Siegel, su verdadero mentor, dirigiera la primera entrega de Harry el sucio, en cuyo guión colaboró el entonces muy joven Terrence Malick. ¿Casualidad? Con Eastwood, nunca. Por eso con este Gran Torino Eastwood hace de su personaje Walt Kowalski, un Harry octogenario, liberal justiciero y descreído, un héroe que rumia el dolor de la pérdida, el vacío de la muerte de su compañera.
Kowalski, apellido idéntico al del protagonista de Vanishing Point, (1971) un filme en torno a un iluminado conductor de un Dodge Challenger, vive en un barrio periférico neocolonizado por familias asiáticas. Observa la ausencia de ley de unas calles controladas por jóvenes delincuentes y, aunque la bandera de EE.UU. preside su casa, nada prevalece de lo que ésta significa.
Eastwood hace de su Kowalski, un soldado superviviente de la guerra de Corea, un solitario enfurruñado, un hombre cuyo pasado glorioso ahora pone en duda. No habla, gruñe; no espera, desespera. No le queda nada ni nadie. Apenas un viejo amigo peluquero, un coche de otro tiempo, una familia que no reconoce y unos vecinos que se niega a conocer. Se siente viejo y se sabe enfermo. La vida se le escapa y, en ese contexto, muchos ven al justiciero que no ignora que la naturaleza del hombre es un abrevadero donde la maldad se sirve en tragos largos. Hay algo en ese periplo, en ese calvario y crucifixión, en su fidelidad a las armas y en su desconfianza en dios que huele a Harry, un Harry en estado puro. Ahora bien, lo nuclear se esconde en su confluencia con el Bergman de Saraband y el Lumet de Antes de que el diablo sepa que has muerto. En consecuencia en Gran Torino se asiste al descalabro absoluto de la familia como refugio de valores éticos.
El ex-soldado Kowalski nada tiene que decir ni a su hijo ni a sus nietos. Será en esa comunidad oriental donde relampagueen los afectos. Los EE.UU. se nos dice aquí, ya no pertenecen a los WASP. Ellos no heredarán el sueño de Lincoln sino los nuevos habitantes: los hijos de aquellos a los que en los años 50, los soldados yanquis mataban en nombre de la libertad y en lucha contra el comunismo. Inquietante moraleja ésta que nos aguarda en esta hermosa obra sobre el perdón y el remordimiento.