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En el corazón del delirio
Título Original: DOOMSDAY Dirección y guión: Neil Marshall. Intérpretes: Rhona Mitra, Bob Hoskins, Adrian Lester, Alexander Siddig, Malcolm McDowell y David O’Hara Nacionalidad: Gran Bretaña y EE.UU. 2008 Duración: 105 minutos ESTRENO: Agosto 2008
En su esencialidad, la historia que desarrolla Doomsday sabe mucho de la obra de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas. Sólo que aquí el periplo acuático acontece en una carretera y está revestido de distopía postapocalíptica. Pespunteado a golpe de brochazo psicotrónico, Marshall cuenta la búsqueda de un viejo doctor militar del que se espera que, tras años perdido en el interior de una pesadilla, haya sido capaz de descubrir el antídoto del llamado virus Segador, un letal depredador que provoca en los infectados una terrible y dolorosa muerte. Ese Kurtz que en manos de Coppola derivó en una obra magistral, aquí, en los puños crispados de Neil Marshall, desemboca en una orgiástica locura. Si la demencia corroe al personaje interpretado por el siempre abismal Malcolm McDowell, la demencia ha contagiado a todo el equipo de esta ambiciosa producción abocada a la ruina. En cine, no irá nadie a verla; en dvd, será objeto de culto que se disfrutará los días de gaupasa. Si usted recuerda Dog Soldiers y The descent, anteriores obras de Neil Marshall, mejor hará en olvidarse de ellas porque esto es otra cosa.
Esto es bestial. Aquí no hay metalenguaje sino canibalismo cinematográfico. De Mad Max a Avalon, de Excalibur a Fantasmas de Marte, Marshall traga todo. En tiempo de relatos mínimos y de cine no narrativo, Doomsday desafía el buen gusto y el canon de la “inteligencia”. Durante sus quince minutos iniciales, la voz en off de Doomsday ha repicado más campanas que la nouvelle vague en toda su historia. Verborreica e ilimitada, la naturaleza de esta película no pertenece a este tiempo. Lo más probable es que su fundamento no sea ni fílmico. Si por un momento se tratara de resumir su argumento penetrando en sus recovecos simbólicos, el lector podría entender que estamos ante la madre de todas las películas. No es así. Doomsday no es seminal sino terminal. Se mueve con estridencia, es cine Z, carece de diálogos dignos y los actores son guiñoles torpes que gesticulan atónitos de verse como se ven. Pero convocan cuadros como la secuencia previa a la antropofagia, con una cuadrilla de punkies escoceses en falda bailando el can-can, o sea Orfeo en los Infiernos. Y eso, quien lo ve, ya nunca lo olvida.