El hombre que no dijo adiós

Título Original: DEUX JOURS À TUER Dirección: Jean Becker Intérpretes: Albert Dupontel, Marie-Josée Croze, Pierre Vaneck, Alessandra Martines, Cristina Reali y Mathias Mlekuz Nacionalidad: Francia. 2008 Duración: 85 minutos ESTRENO: Agosto 08


A la última película de Jean Becker le ocurre, en algún modo, como a El sexto sentido. Es decir, cuando se ve por segunda vez o cuando algún imprudente desvela su argumento, la percepción del filme cambia por completo. Esto no quiere decir que estemos ante una película tramposa, ni que su interés desaparezca al conocer su relato. Simplemente significa que nos movemos ante un constructo manipulador que fía buena parte de su interés en jugar con esa sorpresa-secreto que condiciona y determina su desarrollo.
Francotirador en un país de clanes y manifiestos, Jean Becker en sus comienzos apuntaba hacia el cine noir. Tras una trayectoria quebrada, ahora navega por un cine de proverbios y parábolas. ¿Lo que empezó en Chabrol termina en Rohmer? Rotundamente no. Becker nada sabe, nada quiere, ni nada tiene de la nouvelle vague.
De hecho, permanece fiel a algo consustancial con lo que ha sido su obra: la desorientación del hombre contemporáneo. Y al decir hombre se subraya su pertenencia al género masculino, su filiación a ese padre de familia, esposo en crisis y animal emocional herido por los (des)afectos.
Con él en mente, Dejad de quererme se articula en dos bloques asimétricos. El primero apunta a la ridiculización del buen burgués. Durante largos minutos con la apoteosis de una cena de cumpleaños, Becker hace de Albert Dupontel un verdadero martillo de sus burlados amigos. Como él, son profesionales brillantes, gente acolchada por el consumo y el dinero. Como un Marco Ferreri setentero, Becker aplica el escalpelo de la sinceridad para desnudar las contradicciones de la Europa del bienestar. Su protagonista, un publicista harto de tantos anodinos mensajes propagandísticos, parece estar abducido por el virus de la lucidez. Se trata de una ¿metamorfosis? cuya motivación el público más deductivo acaba presintiendo, con lo que el discurso pierde su intríngulis. Va de más a menos. En su desenlace ocurre lo contrario. Argumentalmente insostenible, su segunda parte brinda un bello regate final y elude el exceso melodramático. Una contención formal que sirve para que Becker retenga y emocione a ese público fiel que tan a gusto se siente ante sus últimos títulos.
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