Berlín monogatari Título Original: KIRSCHBLUTEN – HANAMI Dirección y guión: Doris Dörrie Intérpretes: Elmar Wepper , Hannelore Elsner, Aya Irizuki, Nadja Uhl, Maximilian Brückner, Birgit Minichmayr y Floriane Daniel Nacionalidad: Alemania y Francia. 2008 Duración: 126 minutos ESTRENO: Marzo 09

Han pasado 24 años del debut como directora de Doris Dörrie con Hombres, hombres; un filme que parecía forjar un eslabón entre la vieja guardia del Nuevo Cine Alemán (los nacidos durante la guerra) y la generación que debía despuntar al comienzo de los años 80. Pero aquello fue un espejismo. Lo que sobrevino tras el éxodo norteamericano de los Herzog, Wenders y compañía fue una larga travesía por el desierto. Por eso mismo, muchos de los espectadores que hoy ven Cerezos en flor, nada saben de Hombres, hombres, una comedia enrabietada y feminista (y por lo tanto, preocupada por los problemas de la masculinidad). En buena medida porque aquel comienzo fulgurante fue seguido por una trayectoria extraña y confusa, incompleta en nuestras carteleras y decepcionante en su calidad. Y fue así como Doris Dörrie se perdió en el olvido.
Pero hace ya un año, primero en Berlín 2008, luego en Cannes, que Doris Dörrie presentó Cerezos en flor, una frágil e inteligente puesta al día del mundo de los sentimientos visto desde el dolor de la enfermedad y la sentencia del tiempo. Cerezos en flor arranca como un sutil calco, con alguna modificación sustancial, de Cuentos de Tokio de Yasujiro Ozu. Al menos en su primera mitad. Dörrie, lejos del esperpento y el gran guiñol que con frecuencia ha aplicado a su cine, se mueve en este ejemplar filme por el camino de la sutileza y la contención desde el riesgo y el exceso. ¿En qué consiste esa conjugación de contrarios? En la incertidumbre que provoca dejarse llevar por esta película, romántica hasta el delirio, arriesgada hasta el ridículo. De hecho, hay en determinados pasajes, en esos puntos de sutura que enlaza los dos cuerpos de esta radical ofrenda a la cultura japonesa, instantes de zozobra y de vértigo. En algunos momentos, da la impresión de que su realizadora va a despeñarse en su obsesión, en otros, cuando sale indemne y sortea el charco en el que se mete, justo es admirar la inteligencia y la fuerza sentimental de su hermoso relato. Un relato que en su despegar plantea la ¿inutilidad? de los padres para sus hijos, o sea un Ozu literal, para en su desenlace, atreverse a construir, con los iconos nipones, un ensayo inequívocamente europeo y ambiciosamente universal.
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