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Pasión, pulsión y violencia
Título Original: PARTIR Dirección: Catherine Corsini Guión: Catherine Corsini; con la colaboración de Gaëlle Macé Intérpretes: Kristin Scott Thomas, Sergi López, Yvan Attal, Bernard Blancan, Aladin Reibel y Alexandre Vidal Nacionalidad: Alemania, Francia. 2009 Duración: 85 minutos ESTRENO: Noviembre 2009
Partir resucita Amarraditos, aquella canción que popularizó María Dolores Pradera y que hacía gala de vivir la pasión amorosa de una manera que “no se estila”. Y seguramente eso no se estila porque en realidad nunca estuvo de moda un relato romántico extremo como que el Catherine Corsini (d)escribe con la mirada puesta en Madame Bovary y Anna Karenina. Son dos referentes citados por la propia realizadora. Dos modelos de comportamiento extremo, radical y trágico que se reflejan en este relato de un arrebato. En él, con él se cuenta la obstinación de una mujer (in)felizmente casada, con dos hijos adolescentes que un buen día se enamora de un ex-presidario. Insólito.
Y es que Partir apuesta por el gesto visceral de una heroína enfrentada al sentido común, una Juana de Arco en lucha contra esa resignación sociológica que lastra los sueños con hipotecas de convenciones y prejuicios. Pero no sería exacto reducir este filme a una exaltación ultrarromántica en tiempo de pragmatismo conyugal, infidelidades pactadas y reparto de bienes porque en el fondo, Corsini sabe que de lo que habla, lo que de verdad (le) interesa, es la (im)posibilidad de ser libre de la esposa pequeño burguesa en la Europa del bienestar.
Partir empieza con la imagen de una escalera que se retuerce sobre sí misma, un camino ascendente hacia el desván de los deseos frustrados. Significativamente en el dormitorio conyugal. Lo que viene a continuación es un disparo y un flash-back para reconstruir el proceso que desembocó en esa imagen primigenia que maestros como Siodmak elevaron a categoría de símbolo. Ese proceso comienza por el desmoronamiento de la situación de una ama de casa decidida a recuperar el tiempo perdido ante la mirada autosuficiente y condescendiente de su marido. En realidad, estamos ante la radiografía de una crisis que la figura de un albañil español, Sergi López, pone en marcha sosteniendo el recital interpretativo que Kristin Scott Thomas realiza con su precisión habitual. Tan gran actriz es, que Sergi López se redime de su aventura en Tokio pese a que su personaje huele a tópico. Lo demás, es un acto de reivindicación sobre una mujer apresada por las convenciones de una sociedad opulenta, carente de emoción, de libertad y de sentimientos.