Nuestra puntuación
Si Larsson levantase la cabeza…
Título Original: MILLENIUM 2. THE GIRL WHO PLAYED WITH FIRE Dirección: Daniel Alfredson Intérpretes: Michael Nyqvist , Noomi Rapace, Annika Hallin, Per Oscarsson, Lena Endre, Peter Andersson, Sofia Ledarp, Tanja Lorentzon y Yasmine Garbi Nacionalidad: Suecia. 2009 Duración: 129 minutos ESTRENO: octubre 2009
Lejos, muy lejos de la primera entrega que todavía sigue en cartel, Millennium 2 pasará a la pequeña historia del cine como un corte de mangas, como un desprecio hacia el espectador, como una operación mercantil tan estéril como desdichada. Todo en esta entrega parece cosido con las prisas del usurero, con la torpeza del imitador y con la desgana de quien en nada se ha comprometido con un texto que, aunque no sea excelente, era merecedor de un mejor tratamiento. La anodina dirección de Daniel Alfredson, hermano del director de Déjame entrar, nos recuerda que la consanguinidad no garantiza jamás ni la bondad ni el talento. Como bien saben los vampiros esas virtudes no se hallan en la hemoglobina.
A diferencia de Millennium 1, donde era notable que las debilidades del filme emanaban de la acartonada y artificiosa maraña narrativa de la obra original, aquí todo se ha vuelto tan negativamente televisivo, tan atropellado y vulgar, tan carente de vida, emoción y suspense, que resultará difícil convencer a los desconocedores de la prosa de Stieg Larsson de que su obra merece la pena.
A Millenium le pasa un poco como a Matrix, que mientras que la primera entrega se sostenía por sí misma, la segunda aparece abrochada a la tercera de modo que su visión da a sensación de terminar allí donde en realidad había empezado a adentrarse en lo más profundo de la sala de máquinas de su fundamento. No arruinamos ningún secreto al constatar que el cine actual parece empeñado en exaltar la figura del padre negro, del progenitor canalla cuya maldad justifica y preludia toda la rabia de los edipos que llevamos dentro. Aquí, la reducción-devastación de la esencia del relato proceloso y pormenorizado de la novela, hace que todo avance sin reflexión, sin sugerencia, sin matiz. Estamos ante una atropellada sucesión de sucesos inconexos, que provoca la sensación de estar ante un robo permanente. Pero si se nos hurtan los meandros del relato, no es mejor lo que acontece con sus protagonistas. El nulo magnetismo de Michael Nyqvist y Noomi Rapace, versión deconstruída del Bogart-Bergman de Casablanca, se ve reducido a polvo helado ante la fuga de un director ahogado por las (p)risas de la explotación.

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