Los kilos no dejan ver el bosque

Título original: GORDOS Dirección y guión: Daniel Sánchez Arévalo Intérpretes: Antonio de la Torre, Roberto Enríquez, Verónica Sánchez, Raúl Arévalo, Pilar Castro, Adam Jezierski, Leticia Herrero y Fernando Albizu Música: Pascal Gaigne Nacionalidad: España. 2009 Duración: 120 minutos. ESTRENO: Septiembre 2009

Afirma Daniel Sánchez Arévalo que dentro de cada uno llevamos un gordo. Parece cabal. Y hasta se podría estar de acuerdo. Lo que no resulta tan aceptable es que ese gordo que nos aguarda en nuestro interior sea tan cruel como lo son los personajes protagonistas del segundo largometraje del cineasta que tuvo un exitoso debú con AzulOscuroCasiNegro. Sin embargo, antes de deslizarnos por el filo del desamparo de estos personajes, recordemos el camino seguido por Sánchez Arévalo. Buen cortometrajista y cineasta de pulso ágil y golpe rotundo, su universo fílmico se tiñe de melodrama y se refugia en lo peripatético por su inclinación por lo extravagante y ridículo.
Extravagantes y/o ridículos lo son todos o casi todos los personajes masculinos de Gordos. Un filme que empieza desnudando literalmente a sus personajes por fuera para tejer un borroso retrato psicológico por dentro. Una débil estructura articula historias cruzadas de personajes narrados en claves disonantes, en tonos que, pese a tratar de mantenerse dentro de la misma escala, provocan desatinos y lo que es peor, silencios.
La idea de Gordos, el concepto que articula su texto, es un pretexto carente de argamasa que una de verdad a sus personajes. Son gordos ocasionales, gordos de atrezzo por más que algún actor juegue a hacer lo que Robert de Niro hizo en Toro salvaje. Gordos de dieta que, en el caso de Antonio de a Torre, se mueven como flacos con asco para dar rienda suelta a lo que no oculta su vocación de historias cortas (re)cosidas para conformar un largo. Nada que objetar. Eso se ha hecho otras veces, como el Mistery Train de Jim Jarmusch, y el resultado resultó apasionante.
Lo que aquí no funciona, aparte de las costuras entre unos personajes y otros, reside en la mirada desangelada con la que el cineasta construye a sus criaturas. En su actitud despreciativa hacia lo que parecen y en su esquematismo argumental: un ¿heterosexual? que sale del armario, una devota católica que goza con el sexo; un ferviente creyente que se pierde por el porno, un policía brillante que no es capaz de saber quién es su hijo… Demasiado artificio para, tras estos kilos de más, poder palpar algo verdadero.
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