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Un horror cotidiano
Título Original: À PERDRE LA RAISONDirección: Joachim Lafosse Guión: Thomas Bidegain, Joachim Lafosse, Matthieu Reynaert Intérpretes: Niels Arestrup, Tahar Rahim, Émilie Dequenne, Stéphane Bissot, Mounia Raoui Nacionalidad: Bélgica, Luxemburg, Francia, Suiza. 2013 Duración: 111 minutos ESTRENO: Agosto 2013
Cada vez que se escucha Il Giardino di Rose, del Oratorio de la Virgen del Rosario de Scarlatti, la protagonista de Perder la razón asciende un peldaño hacia su locura. Cada vez que alumbra un nuevo hijo, el amor que profesa a su marido se enfría un poco más. Cada vez que hay un quiebro argumental en el relato, ella sale derrotada de una batalla sin ruido. Y así, lo que comenzó como un cuento feliz, avanza hacia un temible desenlace que en el inicio se muestra sin explicitar.
De principio a fin, de cabo a rabo, esta película se mueve en el territorio del extrañamiento. Construida sobre unos hechos reales, quizá demasiado identificables como para facilitar una libertad de ficción, Joachim Lafosse, un joven director belga que muestra actitud de cineasta de raza, vuelve a precipitarse en los pliegues de la amenazante cotidianeidad. Lafosse filma escenarios domésticos como si fuesen casas malditas. Pasea su cámara por hábitats convencionales que no lo son. Enrola en sus historias a personajes ordinarios pero estos se mueven como si estuviesen poseídos, hijos de la ignominia, espectros del agobio. De ellos extrae siempre un destello de amenaza, una sombra de desasosiego. Lo que Perder la razón alberga avanza sobre un triángulo enfermo, el formado por la joven pareja protagonista y un doctor de cierta edad que les da cobijo. Ella es una buena chica. Belga, atractiva, directa, vital. Él es un joven marroquí acogido bajo tutela por el médico. Mantiene una estrecha relación con su familia en Marruecos y permanece apegado a sus creencias y obligaciones.
En ese recital de sobriedad interpretativa de alto nivel sobresale Émilie Dequenne, una joven actriz a la que plano a plano, minuto a minuto, vemos metamorfosearse como si los años por ella hubieran pasado en la realidad. Su presencia progresivamente se impone esculpiendo autenticidad en el perfil de una Medea contemporánea. Su rostro deviene en cartografía de una descomposición. Lafosse no explicita nada, todo queda en un espacio de niebla y presunción. En él, con sus campanadas agónicas, con planos que parecen robados, con elipsis radicales, casi sin palabras y con los gestos justos se escribe una demoledora descomposición, la crónica de un romance marchito.