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Cuento solemne de sombras y espejos
Título Original: TETRO Dirección y guión: Francis Ford Coppola Intérpretes: Vincent Gallo, Alden Ehrenreich, Maribel Verdú, Silvia Pérez y Klaus Maria Brandauer Nacionalidad: Argentina, España, EE.UU e Italia. 2009 Duración: 127 minutos ESTRENO: Julio 09
En el imperio del cine la piedad no existe. Eso lo sabían muy bien los viejos maestros quienes con frecuencia recitaban a modo de mantra: “un director vale lo que recauda su última película”. En otros campos de la creatividad, léase Artes Plásticas, Literatura, Arquitectura,… la veteranía se valora, los años se respetan y el legado se revaloriza. En el cine no. Recuérdese que las últimas películas de Federico Fellini y de Akira Kurosawa no se estrenaron en España. Eso sí, el día de su muerte, páginas y páginas de duelo e incienso inundaron los kioskos, mientras las teles remontaban los fragmentos más reconocibles de sus más reconocidas películas. Casi nadie señaló entonces la fría crueldad con la que fueron despachas sus últimas obras. Pero así fue.
Así mismo, en algunos festivales de cine, se ve pasear, como huidizas ausencias, a profesionales que fueron grandes y de quienes ahora, los jóvenes cazarecompensas del periodismo, no saben nada. Y se cuenta que en la alfombra roja del Oscar desfilan, con la dignidad herida, rostros curtidos que sostienen en las manos pancartas. En ellas pueden leerse los títulos de sus mejores películas. Es su manera de refrescar la memoria del público y de mendigar una pregunta a los periodistas. No es el caso de Coppola, el autor de Apocalipse Now hace años que dejó de esperar. Retó a Hollywood y Hollywood lo puso contra las cuerdas. Su buena cabeza para el negocio vinícola y su ingobernable capacidad de cineasta lo mantienen en pie. Otra cosa es concluir que su andar se ha vuelto extraño, el joven que corría como una gacela en los años 70, ahora gira sobre sí mismo como un viejo oso herido en una danza desconcertante y desconcertada. Tetro, la segunda película de su nueva etapa es la demostración de esa espiral sobre su propio centro de gravedad. La anterior, Youth withouth youth permanece inédita. Pero vayamos a Tetro, la película que Cannes no quiso incluir en la sección oficial, la que cuenta con Maribel Verdú, la que se rodó en Argentina… demasiadas concesiones, demasiada cercanía como para que muchos no se animen a ir a por ella.
Aclaremos que Tetro no es un filme sólido, ni equilibrado, ni renovador por más que Coppola afirme que se trata del cine de su nueva época. En Tetro se encuentra todo lo que Coppola es y todo lo que ha hecho de él un nombre mítico. En desorden, en desproporción, en grave desequilibrio. Liberado de la hipoteca de cumplir otro objetivo que el de dar forma a su universo interior, Coppola teje una tragedia solemne, un gran guiñol exagerado, caricaturizado, puro cartón para sostener una de las más amargas reflexiones sobre el éxito y la fama.
En Tetro hay noticias de la piel de Coppola y en los intersticios de cada secuencia, se huele su propia sangre, rezuma su propio delirio. Si el oído se agudiza, más allá de lo que Verdú, Gallo y Ehrenreich recitan, el espectador podrá oir el rumor operístico del hijo de un director de orquesta.
Hijo de otro director de orquesta es Tetro, un escritor en fuga que huye del padre para eludir su propia responsabilidad. Con él Coppola se sirve de las sombras y de los espejos, dos de los instrumentos esenciales para sustanciar en símbolo lo que nace desde la anécdota. Él sabe que juega consigo mismo, con su imagen pública y con su propia herencia. Y por eso monta Tetro como una montaña rusa. En ella se intuye lo que va a pasar y pasa lo que se espera.
Todo es vértigo artificial, pero en ese todo hay instantes que perturban. No es un filme inatacable, al contrario, está lleno de grietas, de fisuras. Pero hay más ideas en un par de traspiés de ese viejo rey llamado Coppola que cine en las penosas imposturas de tanto cineasta incapaces de soñar.
En el imperio del cine la piedad no existe. Eso lo sabían muy bien los viejos maestros quienes con frecuencia recitaban a modo de mantra: “un director vale lo que recauda su última película”. En otros campos de la creatividad, léase Artes Plásticas, Literatura, Arquitectura,… la veteranía se valora, los años se respetan y el legado se revaloriza. En el cine no. Recuérdese que las últimas películas de Federico Fellini y de Akira Kurosawa no se estrenaron en España. Eso sí, el día de su muerte, páginas y páginas de duelo e incienso inundaron los kioskos, mientras las teles remontaban los fragmentos más reconocibles de sus más reconocidas películas. Casi nadie señaló entonces la fría crueldad con la que fueron despachas sus últimas obras. Pero así fue.
Así mismo, en algunos festivales de cine, se ve pasear, como huidizas ausencias, a profesionales que fueron grandes y de quienes ahora, los jóvenes cazarecompensas del periodismo, no saben nada. Y se cuenta que en la alfombra roja del Oscar desfilan, con la dignidad herida, rostros curtidos que sostienen en las manos pancartas. En ellas pueden leerse los títulos de sus mejores películas. Es su manera de refrescar la memoria del público y de mendigar una pregunta a los periodistas. No es el caso de Coppola, el autor de Apocalipse Now hace años que dejó de esperar. Retó a Hollywood y Hollywood lo puso contra las cuerdas. Su buena cabeza para el negocio vinícola y su ingobernable capacidad de cineasta lo mantienen en pie. Otra cosa es concluir que su andar se ha vuelto extraño, el joven que corría como una gacela en los años 70, ahora gira sobre sí mismo como un viejo oso herido en una danza desconcertante y desconcertada. Tetro, la segunda película de su nueva etapa es la demostración de esa espiral sobre su propio centro de gravedad. La anterior, Youth withouth youth permanece inédita. Pero vayamos a Tetro, la película que Cannes no quiso incluir en la sección oficial, la que cuenta con Maribel Verdú, la que se rodó en Argentina… demasiadas concesiones, demasiada cercanía como para que muchos no se animen a ir a por ella.
Aclaremos que Tetro no es un filme sólido, ni equilibrado, ni renovador por más que Coppola afirme que se trata del cine de su nueva época. En Tetro se encuentra todo lo que Coppola es y todo lo que ha hecho de él un nombre mítico. En desorden, en desproporción, en grave desequilibrio. Liberado de la hipoteca de cumplir otro objetivo que el de dar forma a su universo interior, Coppola teje una tragedia solemne, un gran guiñol exagerado, caricaturizado, puro cartón para sostener una de las más amargas reflexiones sobre el éxito y la fama.
En Tetro hay noticias de la piel de Coppola y en los intersticios de cada secuencia, se huele su propia sangre, rezuma su propio delirio. Si el oído se agudiza, más allá de lo que Verdú, Gallo y Ehrenreich recitan, el espectador podrá oir el rumor operístico del hijo de un director de orquesta.
Hijo de otro director de orquesta es Tetro, un escritor en fuga que huye del padre para eludir su propia responsabilidad. Con él Coppola se sirve de las sombras y de los espejos, dos de los instrumentos esenciales para sustanciar en símbolo lo que nace desde la anécdota. Él sabe que juega consigo mismo, con su imagen pública y con su propia herencia. Y por eso monta Tetro como una montaña rusa. En ella se intuye lo que va a pasar y pasa lo que se espera.
Todo es vértigo artificial, pero en ese todo hay instantes que perturban. No es un filme inatacable, al contrario, está lleno de grietas, de fisuras. Pero hay más ideas en un par de traspiés de ese viejo rey llamado Coppola que cine en las penosas imposturas de tanto cineasta incapaces de soñar.