Nuestra puntuación
Últimas tardes con Gil de BiedmaDirección: Sigfrid Monleón Intérpretes: Jordi Mollà, Bimba Bosé, Àlex Brendemühl, Josep Linuesa, Isaac de los Reyes, Alfonso Begara, Juli Mira, Marc Martínez, Susana Fialho y Vicky Peña Nacionalidad: España. 2009 Duración: 100 minutos
Leo que Juan Marsé anda cabreado por El cónsul de Sodoma. Tras ver la película llego a la conclusión de que razones no le faltan. Ahora bien, ellas no pueden empañar ni ensombrecer las virtudes y defectos de este extraño biopic que avanza a tientas, que tropieza a menudo y que, cuando acierta a convocar el relámpago de la poesía de Gil de Biedma, se hace luz, luz sólida con la que se sostiene en pie un filme bizarro, insolente y arrebatado. El Gil de Biedma que Jordi Mollá encarna es pura hipérbole. A veces se diría parece cartón piedra; otras, en cambio, se transforma en puente abierto al mismo dolor existencial en el que se ahogaba el Pasolini de Mamma Roma. A lo peor es que El cónsul de Sodoma llega demasiado tarde. A lo mejor, ha nacido antes de su hora.
Lo que es incuestionable es que Sigfrid Monleón y Jordi Mollá se han vaciado en esta crónica que entrelaza el personaje con la época, la lucha de clases con la liberación sexual y el antifranquismo con el delirio y la poesía. Aunque todo gire en torno a la palabra de Gil de Biedma, lo cierto es que hay una corriente subterránea que sirve de metonimia al texto cinematográfico. Estamos ante un juego perverso de una inusual osadía psiconalítica. Hace falta valor para extraer de la obra de Marsé, Últimas tardes con Teresa, el núcleo argumental de la biografía de Gil de Biedma. Ese valor es el que irrita al Marsé, “escritor obrero”, aquí encarnado por el hielo de Álex Brendemühl, y que tanto se enfada.
El Biedma de El cónsul de Sodoma se metamorfosea en un trasunto de Teresa. Su entorno se llena de Pijoapartes. De ese modo, la cama del poeta es carne de abordaje y cita de amantes canallas. Ante ellos, Gil de Biedma, o sea Teresa, es un pigmalión desesperado, un hijo de los vencedores que castiga a sus progenitores negándoles el placer de perpetuar su descendencia. Con él, Monleón entona un proceso dialéctico enraizado en el imposible entendimiento entre contrarios, un perpetuo ensayo y error en busca de ese amor inalcanzado por el poeta español del siglo XX que mejor glosó la puñalada del envejecimiento. Con él, Monleón y Mollá viven hasta quemarse en esa perseverancia de sexualidad turbia y de política incierta. Extraño lirismo, desnuda poesía.
Leo que Juan Marsé anda cabreado por El cónsul de Sodoma. Tras ver la película llego a la conclusión de que razones no le faltan. Ahora bien, ellas no pueden empañar ni ensombrecer las virtudes y defectos de este extraño biopic que avanza a tientas, que tropieza a menudo y que, cuando acierta a convocar el relámpago de la poesía de Gil de Biedma, se hace luz, luz sólida con la que se sostiene en pie un filme bizarro, insolente y arrebatado. El Gil de Biedma que Jordi Mollá encarna es pura hipérbole. A veces se diría parece cartón piedra; otras, en cambio, se transforma en puente abierto al mismo dolor existencial en el que se ahogaba el Pasolini de Mamma Roma. A lo peor es que El cónsul de Sodoma llega demasiado tarde. A lo mejor, ha nacido antes de su hora.
Lo que es incuestionable es que Sigfrid Monleón y Jordi Mollá se han vaciado en esta crónica que entrelaza el personaje con la época, la lucha de clases con la liberación sexual y el antifranquismo con el delirio y la poesía. Aunque todo gire en torno a la palabra de Gil de Biedma, lo cierto es que hay una corriente subterránea que sirve de metonimia al texto cinematográfico. Estamos ante un juego perverso de una inusual osadía psiconalítica. Hace falta valor para extraer de la obra de Marsé, Últimas tardes con Teresa, el núcleo argumental de la biografía de Gil de Biedma. Ese valor es el que irrita al Marsé, “escritor obrero”, aquí encarnado por el hielo de Álex Brendemühl, y que tanto se enfada.
El Biedma de El cónsul de Sodoma se metamorfosea en un trasunto de Teresa. Su entorno se llena de Pijoapartes. De ese modo, la cama del poeta es carne de abordaje y cita de amantes canallas. Ante ellos, Gil de Biedma, o sea Teresa, es un pigmalión desesperado, un hijo de los vencedores que castiga a sus progenitores negándoles el placer de perpetuar su descendencia. Con él, Monleón entona un proceso dialéctico enraizado en el imposible entendimiento entre contrarios, un perpetuo ensayo y error en busca de ese amor inalcanzado por el poeta español del siglo XX que mejor glosó la puñalada del envejecimiento. Con él, Monleón y Mollá viven hasta quemarse en esa perseverancia de sexualidad turbia y de política incierta. Extraño lirismo, desnuda poesía.