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Europa también mira a La Meca Título Original: LA GRAINE ET LE MULET Dirección y guión: Abdel Kechiche Intérpretes: Habib Boufares, Hafsia Herzi, Farida Benkhetache, Abdelhamid Aktouche, Bouraouïa Marzouk, Alice Houri, Cyril Fayre y Leila D’Issernio Nacionalidad: Francia. 2007 Duración: 151 minutos ESTRENO: Febrero 09
En los últimos 120 segundos de Cuscús se precipitan los acontecimientos pero no se resuelve nada. En esos minutos finales, Abdel Kechiche deja a un lado su férrea estructura, hecha de largas secuencias autoconclusivas, para recurrir a un montaje paralelo por el que tres de sus personajes principales protagonizan una acelerada cuenta atrás. ¿Hacia el final? De ningún modo, porque en Cuscús nada termina. De hecho, después de presenciar durante 150 minutos las idas y venidas de esta familia francesa de origen magrebí, uno siente que en realidad podría permanecer horas y horas observando lo que escoge la descripción frente al relato, el conflicto frente a su resolución y el análisis frente a su diagnóstico.
Abdel Kechiche ha sido ubicado en este territorio del realismo europeo establecido por gentes como Ken Loach y Robert Guediguian. Sin desmerecerlos, el cine de Kechiche se sitúa un paso por delante y otro por detrás. El de delante nos lleva al cine de los hermanos Dardenne, el de atrás, se reclama deudor de Jean Renoir. En resumidas cuentas, Kechiche, que con éste su tercer largometraje ganó el César francés a la mejor película del año pasado, hace de lo real, el nutriente de su cine. En este caso lo real se circunscribe al tiempo de la jubilación de un emigrante magrebí, a ese punto vertebral en el que su numerosa familia ha echado raíces en Francia y él trata de cumplir un sueño: establecer su propio negocio, un barco-restaurante.
Ese pretexto mínimo sirve para mantener alta la tensión y profunda la perspicacia con la que se retrata la Francia musulmana. De hecho, Kechiche no esconde que en el patriarca de esa familia palpita un homenaje a su propio padre, a su propia historia. Un fresco rodado en sesiones de vaciamiento personal y montado a través de secuencias frondosas en desahogo verbal. En Cuscús se habla mucho y se dice más. No hay plano inocente ni personaje venial. Todos y entre todos tejen un tapiz en el que resulta perceptible que Europa cambia. Y en ese coro familiar, Abdel Kechiche evidencia una noble capacidad para describir personajes repletos de matices. Con ellos templa situaciones llenas de ecos inquietantes que golpean en la puerta de ese futuro que nos aguarda a la vuelta del calendario.
En los últimos 120 segundos de Cuscús se precipitan los acontecimientos pero no se resuelve nada. En esos minutos finales, Abdel Kechiche deja a un lado su férrea estructura, hecha de largas secuencias autoconclusivas, para recurrir a un montaje paralelo por el que tres de sus personajes principales protagonizan una acelerada cuenta atrás. ¿Hacia el final? De ningún modo, porque en Cuscús nada termina. De hecho, después de presenciar durante 150 minutos las idas y venidas de esta familia francesa de origen magrebí, uno siente que en realidad podría permanecer horas y horas observando lo que escoge la descripción frente al relato, el conflicto frente a su resolución y el análisis frente a su diagnóstico.
Abdel Kechiche ha sido ubicado en este territorio del realismo europeo establecido por gentes como Ken Loach y Robert Guediguian. Sin desmerecerlos, el cine de Kechiche se sitúa un paso por delante y otro por detrás. El de delante nos lleva al cine de los hermanos Dardenne, el de atrás, se reclama deudor de Jean Renoir. En resumidas cuentas, Kechiche, que con éste su tercer largometraje ganó el César francés a la mejor película del año pasado, hace de lo real, el nutriente de su cine. En este caso lo real se circunscribe al tiempo de la jubilación de un emigrante magrebí, a ese punto vertebral en el que su numerosa familia ha echado raíces en Francia y él trata de cumplir un sueño: establecer su propio negocio, un barco-restaurante.
Ese pretexto mínimo sirve para mantener alta la tensión y profunda la perspicacia con la que se retrata la Francia musulmana. De hecho, Kechiche no esconde que en el patriarca de esa familia palpita un homenaje a su propio padre, a su propia historia. Un fresco rodado en sesiones de vaciamiento personal y montado a través de secuencias frondosas en desahogo verbal. En Cuscús se habla mucho y se dice más. No hay plano inocente ni personaje venial. Todos y entre todos tejen un tapiz en el que resulta perceptible que Europa cambia. Y en ese coro familiar, Abdel Kechiche evidencia una noble capacidad para describir personajes repletos de matices. Con ellos templa situaciones llenas de ecos inquietantes que golpean en la puerta de ese futuro que nos aguarda a la vuelta del calendario.