Nuestra puntuación
Mucho de todo, nada de algo
Título Original: AUSTRALIA Dirección: Baz Luhrmann Intérpretes: Nicole Kidman, Hugh Jackman, David Wenham, Bryan Brown, Jack Thompson, David Gulpilil y Brandon Walters Nacionalidad: Australia y EE.UU. 2008 Duración: 165 minutos ESTRENO: Enero 2009
¿Puede una única secuencia sostener toda una película? Seguramente no. Pero si hubiera un Oscar a la mejor secuencia de acción, Australia merecería ganarlo. Está situada en el tercio final de su primer acto y en ella participan todos los protagonistas de este gran guiñol romántico no apto para diabéticos. En ella vemos a galope a Lady Ashley (Nicole Kidman) y a Drover (Hugh Jackman), al niño mestizo que han adoptado, a su abuelo aborigen, un hechicero de poderes mágicos, y a su padre no declarado que trata de arruinar su negocio. Su negocio son las vacas y las vacas son las verdaderas protagonistas de esta obra desproporcionada y colosal, un filme ¿neoclásico? que empieza al estilo de John Huston y concluye con guiños al Tornatore más blando y meloso.
Baz Luhrmann (Romeo y Julieta, Mouline Rouge), mezcla australiana de Ken Russell y David Lean, aparece como el responsable absoluto de esta epopeya en la que algunos ven las viejas formas de Lo que el viento se llevó y otros, el estilo pirotécnico de Pearl Harbor de Michael Bay. Unos y otros tienen razón porque en Australia, una quilt de remiendos sin sentido, muchas películas se convocan. Algunas, Luhrmann las hace explícitas: El mago de Oz; otras se imponen por sus ecos, y en este apartado, la reverberación se torna trueno.
Volvamos a la citada secuencia vertebral de este díptico, porque en ella algo hay de metafórico. En este western austral, resuelto al estilo Leone pero sin su convicción, 1.500 cabezas de ganado avanzan irremediablemente hacia el abismo. Algo parecido ocurre en ese instante con el filme de Luhrmann; que se arrastra en su despegue porque se mueve en un terreno indeterminado entre el filme épico, la mirada manierista, el tono humorístico y la cantinela de un filme de memorias narrado por un niño. El niño, un café con leche (sic) con melena de diseño y discurso ñoño, se empeña en cargarse la película. El que no lo consiga por completo hay que agradecérselo a Lobezno, muy en plan Eastwood, y a Kidman, que incluso cuando no está bien, está mejor que el resto. A ellos y al derroche de medios. Sobra dinero, falta guión y Luhrmann, que una vez nos pareció moderno, se atraganta ahora con un filme más que viejo anacrónico.
¿Puede una única secuencia sostener toda una película? Seguramente no. Pero si hubiera un Oscar a la mejor secuencia de acción, Australia merecería ganarlo. Está situada en el tercio final de su primer acto y en ella participan todos los protagonistas de este gran guiñol romántico no apto para diabéticos. En ella vemos a galope a Lady Ashley (Nicole Kidman) y a Drover (Hugh Jackman), al niño mestizo que han adoptado, a su abuelo aborigen, un hechicero de poderes mágicos, y a su padre no declarado que trata de arruinar su negocio. Su negocio son las vacas y las vacas son las verdaderas protagonistas de esta obra desproporcionada y colosal, un filme ¿neoclásico? que empieza al estilo de John Huston y concluye con guiños al Tornatore más blando y meloso.
Baz Luhrmann (Romeo y Julieta, Mouline Rouge), mezcla australiana de Ken Russell y David Lean, aparece como el responsable absoluto de esta epopeya en la que algunos ven las viejas formas de Lo que el viento se llevó y otros, el estilo pirotécnico de Pearl Harbor de Michael Bay. Unos y otros tienen razón porque en Australia, una quilt de remiendos sin sentido, muchas películas se convocan. Algunas, Luhrmann las hace explícitas: El mago de Oz; otras se imponen por sus ecos, y en este apartado, la reverberación se torna trueno.
Volvamos a la citada secuencia vertebral de este díptico, porque en ella algo hay de metafórico. En este western austral, resuelto al estilo Leone pero sin su convicción, 1.500 cabezas de ganado avanzan irremediablemente hacia el abismo. Algo parecido ocurre en ese instante con el filme de Luhrmann; que se arrastra en su despegue porque se mueve en un terreno indeterminado entre el filme épico, la mirada manierista, el tono humorístico y la cantinela de un filme de memorias narrado por un niño. El niño, un café con leche (sic) con melena de diseño y discurso ñoño, se empeña en cargarse la película. El que no lo consiga por completo hay que agradecérselo a Lobezno, muy en plan Eastwood, y a Kidman, que incluso cuando no está bien, está mejor que el resto. A ellos y al derroche de medios. Sobra dinero, falta guión y Luhrmann, que una vez nos pareció moderno, se atraganta ahora con un filme más que viejo anacrónico.