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Los tiempos cambianTítulo Original: AL FINAL DEL CAMINO Dirección: Roberto Santiago Guión: Javier Gullón y Roberto Santiago Intérpretes: Fernando Tejero, Malena Alterio, Javier Gutiérrez, Diego Peretti, Javier Mora, Cristina Alcázar, Jorge Monje y Luis Callejo Nacionalidad: España. 2009 Duración: 98 minutos ESTRENO: Abril 09
Hace cuarenta años Luis Buñuel rodó un filme extraño, tal vez el más extraño de cuantos él, el cineasta del surrealismo y la beligerancia, hizo en su vida: La Vía Láctea. El escritor mexicano Carlos Fuentes, una mirada siempre incisiva y siempre empeñada en arrojar luz sobre la obra del cineasta de Calanda, entre otras apreciaciones recordaba dos cuestiones que aquí nos interesan. La primera, que esa película errante sobre dos peregrinos que al hacer el camino de Santiago recorrían el camino de la Historia, de Cristo a Sade, de París a Santiago de Compostela, dejaba atrás el humo del 68 y con él, la constatación de que debajo de los adoquines no había playa. La otra, que el ateo gracias a dios “tenía un sagrado temor y una sagrada fe en el poder de la imagen”. Se decía entonces que Buñuel hizo La Via Láctea casi a hurtadillas, como una sombra que al recorrer el camino medieval retornaba a casa y con ella a los recuerdos de su infancia. De hecho, en su peregrinar, Buñuel caprichosamente hacía pasar a los peregrinos jacobeos por la Concha donostiarra porque allí él veraneaba de niño con su familia.
Esta digresión para no hablar demasiado de Al final del camino, cumple una única función, la de sugerir al lector un ejercicio apasionante: cruzar ambas películas para enfrentar dos tiempos, dos países, dos conceptos cinematográficos y de ese pulso, obtener el amargo zumo de una conclusión demoledora. Tan demoledora como la paradójica ¿casualidad? de que al mismo tiempo que Buñuel arreglaba cuentas con un Cristo de iconografía sansulpiciana, ya lo saben, de bonita estampa, Teddy Bautista con Los Canarios cantaba a voz en grito Free Yourself. Pues bien, dos veces, dos, se repite ese grito liberador del emperador de la SGAE en Al final del camino. La misma canción, el mismo paisaje pero una aterradora diferencia. La que va de aquel Teddy al de ahora, metonimia de la transformación de un país y símbolo de la decadencia de un cine español que ha elevado al altar del Ministerio de Cultura a la guionista de Mentiras y gordas. ¿Qué se puede decir? En esa deriva, Al final del camino más que enojo provoca una infinita tristeza. Aquí nadie cree en el poder sagrado de la imagen, sino en el sonido de la caja registradora.
Hace cuarenta años Luis Buñuel rodó un filme extraño, tal vez el más extraño de cuantos él, el cineasta del surrealismo y la beligerancia, hizo en su vida: La Vía Láctea. El escritor mexicano Carlos Fuentes, una mirada siempre incisiva y siempre empeñada en arrojar luz sobre la obra del cineasta de Calanda, entre otras apreciaciones recordaba dos cuestiones que aquí nos interesan. La primera, que esa película errante sobre dos peregrinos que al hacer el camino de Santiago recorrían el camino de la Historia, de Cristo a Sade, de París a Santiago de Compostela, dejaba atrás el humo del 68 y con él, la constatación de que debajo de los adoquines no había playa. La otra, que el ateo gracias a dios “tenía un sagrado temor y una sagrada fe en el poder de la imagen”. Se decía entonces que Buñuel hizo La Via Láctea casi a hurtadillas, como una sombra que al recorrer el camino medieval retornaba a casa y con ella a los recuerdos de su infancia. De hecho, en su peregrinar, Buñuel caprichosamente hacía pasar a los peregrinos jacobeos por la Concha donostiarra porque allí él veraneaba de niño con su familia.
Esta digresión para no hablar demasiado de Al final del camino, cumple una única función, la de sugerir al lector un ejercicio apasionante: cruzar ambas películas para enfrentar dos tiempos, dos países, dos conceptos cinematográficos y de ese pulso, obtener el amargo zumo de una conclusión demoledora. Tan demoledora como la paradójica ¿casualidad? de que al mismo tiempo que Buñuel arreglaba cuentas con un Cristo de iconografía sansulpiciana, ya lo saben, de bonita estampa, Teddy Bautista con Los Canarios cantaba a voz en grito Free Yourself. Pues bien, dos veces, dos, se repite ese grito liberador del emperador de la SGAE en Al final del camino. La misma canción, el mismo paisaje pero una aterradora diferencia. La que va de aquel Teddy al de ahora, metonimia de la transformación de un país y símbolo de la decadencia de un cine español que ha elevado al altar del Ministerio de Cultura a la guionista de Mentiras y gordas. ¿Qué se puede decir? En esa deriva, Al final del camino más que enojo provoca una infinita tristeza. Aquí nadie cree en el poder sagrado de la imagen, sino en el sonido de la caja registradora.