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Madonnas con pecado
Título Original: Quelque chose à te dire Dirección: Cécile Telerman Guión: Cécile Telerman y Jérôme Soubeyrand Intérpretes: Mathilde Seigner, Olivier Marchal, Pascal Elbé, Charlotte Rampling, Patrick Chesnais, Sophie Cattani y Gwendoline Hamon Nacionalidad: Francia. 2009 Duración: 100 minutos ESTRENO: Diciembre 09
Nadie como el cine francés para diseccionar los tumores malignos que corroen las entrañas de la familia burguesa. Y nada como algunos cineastas galos para darse un baño de pedantería con actitud de sencilla normalidad. Todo ello adquiere visos de arabesco cuando algunas directoras contemporáneas de la vecina Francia recuentan las mismas historias pero desde el lado, hasta ahora más oculto, de lo femenino. En esa cadena de imposturas, Toda la culpa es de mi madre resulta ejemplar e incluso hiperbólica. Veamos por qué.
Como buena parte del cine europeo contemporáneo, la búsqueda del secreto tras la puerta, del cadáver en el jardín y del pasado que remuerde la amnesia interesada, surge en un enclave familiar. De hecho casi resulta imposible evitar los recuerdos de cineastas y películas que surgen al contemplar los primeros minutos del filme de Cécile Telerman, afortunada profesional que con su primer largometraje, ¿Por qué las mujeres siempre queremos más? cosechó una favorable y probablemente sobrevalorada respuesta.
Convencida de su capacidad,Telerman se adentra en un territorio narrativo en el que no hace mucho Olivier Assayas destilaba tal vez su mejor película: Las horas del verano. Con ella comparte el filme de Telerman el paisanaje: una familia con tres hijos de caracteres muy diversos; y la pintura como nutriente, como pretexto y contexto.
Assayas forjaba un ensayo sobre la inexorabilidad del tiempo y la relatividad del valor del objeto artístico con sabiduría y sutileza. Telerman utiliza el tiempo para esconder un macguffin de eficacia discutible y utiliza la pintura como un chiste psicoanalítico y una prueba de cargo. La hija pinta madonnas desgarradas, una especie caricatura grotesca entre el grito doliente de Francis Bacon y el jugueteo pop afterWarhol en un acto acusativo contra esa madre culpable de todo. La madre reniega de los frutos de sus entrañas y se muestra cruel en su pétrea distancia y secreto. Los demás componen un abanico en el que pesa más el arquetipo rígido que el aliento subjetivo. De modo que lo que en Assayas respiraba verdad, aquí apenas es artificio, desfile de poses y un atractivo residual por el poder de conovocatorio de un reparto poderoso.
Como buena parte del cine europeo contemporáneo, la búsqueda del secreto tras la puerta, del cadáver en el jardín y del pasado que remuerde la amnesia interesada, surge en un enclave familiar. De hecho casi resulta imposible evitar los recuerdos de cineastas y películas que surgen al contemplar los primeros minutos del filme de Cécile Telerman, afortunada profesional que con su primer largometraje, ¿Por qué las mujeres siempre queremos más? cosechó una favorable y probablemente sobrevalorada respuesta.
Convencida de su capacidad,Telerman se adentra en un territorio narrativo en el que no hace mucho Olivier Assayas destilaba tal vez su mejor película: Las horas del verano. Con ella comparte el filme de Telerman el paisanaje: una familia con tres hijos de caracteres muy diversos; y la pintura como nutriente, como pretexto y contexto.
Assayas forjaba un ensayo sobre la inexorabilidad del tiempo y la relatividad del valor del objeto artístico con sabiduría y sutileza. Telerman utiliza el tiempo para esconder un macguffin de eficacia discutible y utiliza la pintura como un chiste psicoanalítico y una prueba de cargo. La hija pinta madonnas desgarradas, una especie caricatura grotesca entre el grito doliente de Francis Bacon y el jugueteo pop afterWarhol en un acto acusativo contra esa madre culpable de todo. La madre reniega de los frutos de sus entrañas y se muestra cruel en su pétrea distancia y secreto. Los demás componen un abanico en el que pesa más el arquetipo rígido que el aliento subjetivo. De modo que lo que en Assayas respiraba verdad, aquí apenas es artificio, desfile de poses y un atractivo residual por el poder de conovocatorio de un reparto poderoso.