La portera, la niña y el japonés

Título Original: LE HÉRISSON Dirección: Mona Achache Guión: Mona Achache a partir de “La elegancia del erizo”, de Muriel Barbery Intérpretes: Josiane Balasko, Garance Le Guillermic, Togo Igawa, Anne Brochet, Ariane Ascaride y Wladimir Yordanoff Nacionalidad: Francia. 2009 Duración: 100 minutos ESTRENO: Diciembre 09

No se puede negar. Hay que ser muy francés(a) para hacer un filme como este. Con diálogos solemnes, personajes cultivados y constantes guiños a Tolstói y Ozu. Claro que el cine se inventó en Francia. Para que no lo olvidemos, la primera imagen de El erizo esconde un homenaje implícito. Recompongamos su contenido. Todo empieza con la luz de una linterna y la presencia de una cámara. Frente a ella, una niña de doce años se autorretrata con una afirmación terrible: se suicidará cuando cumpla trece años porque no está dispuesta a ser otro pez dentro de una pecera. De hecho, un pez probará su veneno. Y un pez, probablemente el mismo, se antojará como metáfora de vida y eslabón del misterio. Los hermanos Lumière alumbraron el cine, luz sobre luz, para que la huella de lo visible pudiera permanecer a través del tiempo.
Aquí y ahora, la realizadora Mona Achache, se sirve de un best seller literario firmado por Muriel Barbery. Mujer sobre mujer para un filme que conjuga una presencia femenina en dos edades unidas por un príncipe azul proveniente del oriente lejano. ¿Cuento? En efecto. Fábula con aires de inteligencia cultivada, sazonada con guiños universitarios y al servicio de una niña protagonista que se expresa con la rotundidad de un semiólogo.
Los amantes del realismo rancio, saldrán corriendo. Los fans del sueño de Hollywood no podrán ni entrar. Pero aquellos que no hacen ascos a lo excesivo, lo insólito y lo pretencioso, hallarán buenas razones (si ven la copia en versión original) para degustar un periplo inteligente y ambicioso. Tal vez Mona Achache esté pagando un precio alto por su bisoñez, lo que le lleva a sobrellevar un peso literario y retórico que podría haber sido aliviado. Pero pese a él, El erizo y su energía de cine tremendo capaz de conjugar la lucha de clases con un am or otoñal y la pulsión letal de una adolescente en el umbral del deseo sexual con la reivindicación de la Literatura, hacen de ella una película cuando menos curiosa. Aunque se ha escrito que el paraguas de Amélie parece cubrir su techo, resulta tal vez más sutil pensar en Léolo y su destino. Sólo que Barbery antes y Achache ahora, articulan su discurso no tanto sobre la disolución del ser sino sobre la aceptación del estar.

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