El azote de la (in)justicia

Título Original: LAW ABIDING CITIZEN Dirección: F. Gary Gray Guión: Kurt Wimmer Intérpretes: Jamie Foxx, Gerard Butler , Colm Meaney, Bruce McGill, Leslie Bibb, Viola Davis, Michael Irby y Gregory Itzin Nacionalidad: USA . 2009 Duración: 109 minutos. ESTRENO: Mayo 2010

Hija de la frustración, la naturaleza de esta película rezuma perversidad. Se trata de porquería en pack de diseño que convierte al enfurecido y sucio Harry en un héroe místico, a Hannibal Lecter en un jubilado venerable y a la saga de Saw en una broma inocua. Durante sesenta minutos, casi dos tercios de su duración, ante Un ciudadano ejemplar sólo cabe reconocer la solvencia formal de un discurso tan fraudulento como eficaz, tan tramposo como discutible, tan incómodo como perturbador. De no ser porque estamos ante una película que rezuma tanta crueldad como incapacidad para sostener su discurso, hablaríamos de uno de esos filmes nacidos para convulsionar.
Su savia argumental coincide con algunas de las más virulentas manifestaciones del thriller USA de los años 70, aquel que ante la violencia callejera predicaba el ojo por ojo y la pertinencia de tomarse la justicia por la mano. Aquí también se pone en jaque el sistema de Justicia, pero se hace a través de un constructo tan artificial como sofisticado. Una cosa es poseer un amplio bagaje de referencias sobre el que construir un discurso propio; otra comportarse como un depredador caprichoso.
Las profanaciones aquí cometidas no respetan categorías ni dignidades. Todo lo que huela a éxito se reutiliza en esta operación-negocio para narrar cómo un padre de familia, tras ver cómo asesinan a su mujer e hija, indignado ante los arreglos judiciales, decide dar una lección al mundo. Seven, El silencio de los corderos, El cabo del miedo, Yo soy la justicia… De todas partes, Gray, director, y Wimmer guionista, obtienen un sustento que ciertamente no es deleznable. Con él se coloca al público ante la rabia de un padre psicótico desatado por una sed de justicia de dimensiones bíblicas. Durante muchos minutos, el filme es implacable e impecable. Pero hay miedo en despertar a la fiera a la que se apela y en cargar con un texto tan sanguinario por lo que finalmente se es incoherente con lo que se invoca. Lejos de aquel cine airado y descreído post-Vietnam, parece indiscutible que aquí nada obedece al deseo de reflexión crítica sino a un despliegue hiperbólico de fuegos artificiales. Por eso, al final, ante su falsedad, se masca la sensación de que este ciudadano nos está timando.
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