Juicio a los predecesores

Título Original: LOS CONDENADOS Dirección: Isaki Lacuesta Guión: Isaki Lacuesta e Isabel Campo Intérpretes: Daniel Fanego, Arturo Goetz, Leonor Manso, Maria Fiorentino, Juana Hidalgo, Bárbara Lennie y Nazareno Casero Nacionalidad: España. 2009 Duración: 104 minutos ESTRENO: Noviembre 2009

Convertido en el modelo de una nueva manera de vivir el oficio de cineasta, Isaki Lacuesta aparece como uno de esos autores del cine español que se acuestan con Jean Luc Godard en la almohada y se levantan con Chris Marker en el desayuno. Y así, armado y bendecido por sus enseñanzas, pretende asaltar museos, arrasar festivales, seducir nuevos públicos y desarmar a críticos viejunos que invocan lo subjetivo como antídoto contra “sus” razones. En ese sentido el periplo dibujado por Lacuesta resulta canónico. Partió del cine de no ficción para, vestido de documental, palpar lo imaginario. Ha probado diversos formatos y distintos soportes. Se reconoce en su tiempo y su tiempo le acompaña provisto de esa sensación de crisis que aparece como nuestro signo ¿definitivo? Por eso, que ahora asuma desembarcar en la ficción para desenterrar la memoria de lo histórico hace que lo percibamos como la evidencia de una necesidad: inventar nuevos enunciados.
La cuestión capital reside en determinar si esos enunciados son nuevos o simplemente eran poco y/o mal conocidos. Pero ese tema nos desviaría de lo principal de esta cita: un juicio sumarísimo al ideal revolucionario de los años 70 y 80; un proceso despiadado que, con el pretexto de recuperar unos restos humanos, reflexiona sobre la legitimidad, pertinencia y ética de la violencia como instrumento de (r)evolución social.
Hace falta valor para adentrarse en un bosque como éste y Lacuesta lo hace con un desparpajo escalofriante. Con él, en el momento de la verdad, en el punto de ignición que debe devorar todo el entramado argumental, Lacuesta fía todo en un ya manoseado plano-secuencia interpretado por Bárbara Lennie. Es una secuencia que divide el mundo en dos. Dentro del plano, la generación que Lacuesta representa, o sea, él mismo. Fuera, en esa línea de mirada, alí donde escucha el acusado, el tiempo de sus padres, el tiempo de quienes de un modo u otro, representan “el 68” y con él los sueños y las pesadillas de la utopía. De ese modo, con alguna ligereza impropia y algún maniqueísmo facilón, Los condenados es seguro que certifican una muerte. La cuestión reside en creer (o no) en que, con ella, se preludia un nacimiento.
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