Cómo se gana perdiendoTítulo Original: MONEY BALL Dirección: Bennett Miller Guión: Steven Zaillian y Aaron Sorkin; argumento de Stan Chervin; a partir de la obra de Michael Lewis Intérpretes: Brad Pitt , Jonah Hill, Philip Seymour Hoffman, Robin Wright y Chris Pratt Nacionalidad: EE.UU. 2011 Duración: 133 minutos ESTRENO: Febrero 2012

Moneyball ha sido un capricho de Brad Pitt, un acto de fe y su manera de manifestar que la victoria no es lo más importante de todo. Estamos ante el ideario de una estrella progresista de cine a la que el éxito no le impide seguir pensando. Es, además, un caro divertimento y un razonable negocio en el que se han vertido altas dosis de competencia cinematográfica. Por ejemplo, la del propio Pitt, actor de cuajo por más que su atractivo físico haga que algunos no lo tomen en serio. Pero seguimos sumando. Los guionistas son dos pesos pesados. Uno, Zaillian, firmó En busca de Bobby Fischer, Gangs of New York o American Gangsters. El otro, Sorkin, creó La red social de Fincher. Ambos coincidieron hace ya algunos años en La lista de Schindler, pero entonces Sorkin era apenas un desconocido colaborador.
Ellos dan lustre a la historia de un equipo modesto de béisbol capaz de conseguir una gesta inconcebible. Un tema manido que parece algo más. Un algo más que emana desde el núcleo duro del guión, allí donde se idea un curioso duelo entre los personajes de Pitt y un inspirado Jonah Hill. Una especie de Dos hombres y un destino en la era virtual.
Eso conlleva que, pese a durar dos horas largas, el filme sea digerible; pese a tratar sobre un deporte del que la mayoría de los espectadores no norteamericanos sigue sin saber las reglas, ni abruma, ni aburre. Aunque en el filme Pitt llega a decir que es imposible no enamorarse del béisbol, el béisbol aquí no es el texto sino el pretexto. Lo que de verdad se cuenta gira en torno a la figura de un mánager general de un equipo que, convencido de que los clubs modestos jamás podrán alcanzar la cúspide, decide jugársela a una carta: no se trata de tener a los mejores sino de contratar a los que mejor formen un solvente equipo. Ayudado por un matemático de corazón freakie, el resultado alcanza registros insólitos. Basado en la realidad (a veces se diría que la realidad americana no pertenece a este mundo), lo mejor del filme reside en la química que aporta la complicidad Hill y Pitt. El entendimiento entre ellos rezuma interés y humor, tanto que cabría esperar que el destino, o la voluntad de Pitt, haga el favor de volver a unirlos. Pero a poder ser en un filme más atento al juego que al éxito

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