Volver a empezar en clave de ArmagedónTítulo Original: KNOWING Dirección: Alex Proyas Guión:Ryne Pearson, Richard Kelly, Juliet Snowden, Stiles White, Stuart Hazeldine y A. Proyas Intérpretes: Nicolas Cage, Rose Byrne y Chandler Canterbury Nacionalidad: EE.UU. 2009 Duración: 94 minutos ESTRENO: Abril 09


Nicholas Cage se ha convertido en una especie de negativo de Lon Chaney del siglo XXI,un trasunto minimalista del protagonista de El fantasma de la Ópera. A diferencia del hombre de las mil caras, Nicholas Cage nada sabe de maquillaje ni de máscaras. Él sólo posee una cara: excesiva cuando llora, inexpresiva cuando ama, hierática cuando odia, patética cuando siente. Salvo la vez que John Woo tuvo la humorada de cambiarle el rostro por el de John Travolta, en Face Off, (1997) un pellizco travieso que dinamitaba aquello de que la cara es espejo del alma, si nos mostrasen sólo primeros planos de sus películas resultaría muy complicado saber a qué título pertenecen. Un corte de pelo, alguna arruga de más, pequeños indicios para resolver un enigma: ¿cómo es posible que un actor tan limitado no pare de trabajar?
Salvo cuando se embarca en proyectos de alto riesgo, El ladrón de orquídeas por ejemplo donde daba vida a dos hermanos gemelos, su trabajo peca de incontinente. Convertido en peso pesado, cotiza alto en el Wall Street de Hollywood. De modo que no hay director que lo ate en corto ni cineasta que se permita el lujo de robarle planos, aunque sean horrorosos. El resultado deriva en un metraje abundante en momentos en los que Cage repite los mismos tics vacíos que gritan una y otra vez su incapacidad para crear un personaje. Y sin personaje, no hay obra que se sostenga ni película que merezca ser recordada más allá del día de su estreno. Así que esto es lo que acontece en Señales del futuro, un nuevo escalón descendente del Alex Proyas que una vez nos hiciera creer que en Dark City había un cineasta que bebía de Tourneur, de Arnold y de todos los que han sabido qué significa el fantástico y la sci-fi.
La película de Proyas arranca con un sol que lucha por brillar entre las nubes, en el año 1959. Se trata de un prólogo capitalizado por una niña demacrada, abducida, enfebrecida en su necesidad de escribir una larga relación de números que será depositada en una urna para que sea desenterrada cincuenta años después, o sea en este 2009. Con una sugerente visión de la tierra desde el espacio, lo mejor del filme, arrancan los créditos y en ese descender paulatinamente hacia el suelo, el mundo se descubre como un lugar de misterio. Aquí, cinco minutos más o menos, cesa todo el interés de la película cuando aparece, asando salchichas, Nicholas Cage, un astrónomo hijo de un sacerdote protestante. Un hombre de ciencia en el que la razón y la fe se baten en un duelo interior mostrado con escasa tensión y nulo interés.
Hay dos secuencias de impacto notable, dos espectaculares accidentes rodados como sólo se hace en Hollywood. Y hay todos los ingredientes del mundo. En el camino Proyas haber olvidado la lección de los clásicos para mal imitar a los modernos. Así el influjo de Shyamalan es evidente, como también habrá quien crea oír ecos de Darabont, Aronofsky, Weir y muchos otros. Pero serán sólo eso, ecos distorsionados.
Si esta película la hubiera protagonizado Tom Cruise, nadie tendría dudas sobre el origen religioso del texto fílmico. Y es que, básicamente, lo que estas señales preconizan nos devuelven las profecías de San Juan, los ángeles flamígeros y el día del Armagedón. En el camino queda el artificio del secreto que guardan los números y la presencia del poder extraterrestre que sirve para sostener cualquier inverosímil por delirante que sea. La moraleja reside en la sana recomendación de que la familia que reza unida permanecerá unida, aunque sea en la destrucción. Y como postre la posibilidad del eterno retorno con unos Adán y Eva que hacen deseable que se acabe todo.
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