Aunque lo parezca, aunque el filme se abre y se cierra con similar respiración contenida en un plano fijo y en torno a un parecido gesto de desesperación, La herida no es un círculo que se cierra sobre sí mismo. No es un uróboros, por más que el afán autodestructivo de Ana así lo pueda indicar. Sin duda Ana se retroalimenta de su propia desgracia, se devora y le devora su desesperación.

Si las películas durasen media hora, Alex de la Iglesia sería el mejor director español de la actualidad. Se ha afirmado eso tantas veces que empieza a ser reiterativo. Pero a él, le da igual, él insiste y no se enmienda. No hay película suya que no crezca sobre un punto de partida singular, atractivo, prometedor.

Si alguna vez merece la pena superar la animadversión que provoca el 3D, colocarse unas gafas que han reposado en cientos de narices ajenas y encarar esa sensación de artificio permanente, es aquí, en este filme. Nunca como ahora, la tridimensionalidad ha sido digna de pagar el excesivo precio que cobran por verla.