Condenado a transitar por los arrabales de la exhibición audiovisual, el cine de Charles Stuart Kaufman (Nueva York; 1958) se considera tóxico para las salas de cine. Poco a poco, los relatos que fluyen de su inclasificable cabeza, se ven postergados. Paulatinamente aparecen cada vez más de manera esquinada, furtivamente, por dónde menos se espera.

Probablemente lo más relevante de “Vivir dos veces” sea una adolescente llamada Mafalda Carbonell. No podemos todavía saber si será una gran actriz pero, sin duda, en ella habita lo más sincero de un filme demasiado preocupado por endulzar lo que no admite paños calientes ni miradas poéticas. El Alzheimer representa una auténtica maldición.

Paolo Virzì, nacido en Livorno, asume el regalo de poder dirigir en EE.UU. Y lo hace, con un filme cien por cien USA, nada hay en él italiano. Su forma narrativa es la de una road movie; una road movie crepuscular, porque sus viajeros cargan con la maldición de la muerte. A ella, un cáncer de colon la corroe con dolor; a él, una suerte de Alzheimer lo disuelve poco a poco. Viajan juntos como Thelma y Louise en un periplo que se sabe terminal, que se adivina trágico.