Convertida en la película del momento; portada de los medios especializados en el cine concebido como lenguaje artístico, y no como telón de fondo de comedores de pienso, “Mank”, producto Netflix que solo algunos cines exhiben en una batalla que acabará en armisticio o en la desaparición de uno de los contendientes, salas versus plataformas; ofrece un amplio caudal de méritos para ser degustada,  lo que también incluye no estar necesariamente de acuerdo con todo.

“Baby” se estrena en el final del 2020, en el tiempo de los confinamientos. Pero todo en “Baby” se sabe y bebe de otro tiempo. Huele a pachulí y marihuana, y su tacto roza épicas sinfónicas y terciopelo azul.  La gramática del director vitoriano proviene de los años 80, cuando Bajo Ulloa (1967) empezó a cincelar su propio discurso.

Cuando un jurado en un festival decide realzar con cuatro premios su apoyo a una película, la lectura que se impone habla de que, en ese gesto, hay más que una simple elección. En esa elección hay una actitud de beligerancia, de compromiso; y como todo lo que se (com)promete, abraza un acto de fe.

En 1985, James Ivory, un director británico de modales exquisitos y películas sutiles, estrenó una de sus películas más aclamadas: “Una habitación con vistas”. Con un reparto impresionante, aquella fábula rodada en una Florencia convocada por E. M. Forster, el autor de la novela original, lograba una pequeña joya del cine romántico.

En 1998, Mateo Gil dirigió un cortometraje lleno de mala leche: “Allanamiento de morada”. Entonces tenía 26 años, pero no era un recién llegado. Dos años antes había triunfado con “Tesis”, suyo era el guion -como lo serían la mayor parte de los que luego filmó Amenábar-, y ya, en 1993, es decir con 21 años, había dirigido su primer cortometraje (re)conocido.