Antes de hacerse cine, “El plan” surgió como obra teatral. Se representaba en Madrid pues Madrid, el Madrid de currelas en paro, olor a fritanga y cañas y tapas, era el origen y escenario de sus tres protagonistas. El boca a oreja se encargó de popularizar un trabajo que no se podía ver en ningún teatro con escenario a la italiana y patio de butacas.

Si en lugar de 132 minutos, “Queen & Slim” se hubiera quedado en 80, tal vez estaríamos ante la road movie ejemplar de la década. Si en lugar de perderse en aventuras y situaciones absurdas, que buscan sorprender e impactar, hubiera atendido a lo esencial y hubiese profundizado en las aristas, diferencias y aceptamientos de sus dos principales personajes, sería el “Dos en la carretera” del siglo XXI.

En la pieza más emblemática de Stanley Kubrick, “2001. Una odisea espacial’, habita una elipsis antológica. Uno de esos saltos temporales que ha hecho del cine una de las expresiones artísticas más definitorias de lo que fue el siglo XX. En ella, unos primates lanzaban un hueso, convertido en arma defensiva, hacia el cielo para en el plano siguiente mostrar una nave espacial.

“El gallo es valiente y fuerte” repite una monitora gubernamental que trata de iniciar a un grupo de inmigrantes en la ciudadanía francesa. “El gallo es francés”, mascullan los integrantes del grupo mientras, uno a uno, son invitados a escenificar teatralizando el contenido de “La Marsellesa”.

Eso que algunos denominan el sublime tiempo de lo nupcial -esas cosas propias de bodas y bodorrios-, se ha convertido en tema recurrente de todo tipo de comedias. Algunas son buenas, bastantes malas; la mayoría, peores. El caso es que comienza a fatigar en exceso esa traición a nuestra esencia occidental de buscar originalidad.

Hubo un tiempo, en especial en los años 80, que cualquier nuevo estreno de un filme de Brian de Palma era recibido con la certeza de que allí habría exceso, pasión y juego perverso. Era el suyo, el cine de un heraldo del posmodernismo que vendría años después.