El dolorTítulo Original: LA DOULEUR Dirección y guión: Emmanuel Finkiel a partir de la novela de Duras Intérpretes: Mélanie Thierry,  Benoît Magimel,  Benjamin Biolay y  Shulamit Adar País: Francia. 2017  Duración: 127 minutos ESTRENO: Junio 2018

Levantada con la estructura de la primera parte de la novela autobiográfica de Marguerite Duras, la que se editó en 1985 pero que había sido escrita casi 40 años antes, esta pieza de orfebrería y fervor parece un monumento en honor de su protagonista. Es curioso, su autora decía a mediados de los ochenta que no recordaba lo que había contado. En mi caso, vista en el pasado Zinemaldia, en septiembre de 2017, su recuerdo aparece muy borroso.
Así pues, rememorando lo que se dijo en su día, habría que decir que el director y responsable de esta traslación al cine de la memoria de Duras es Emmanuel Finkiel. Nacido hace 55 años, Finkiel se tomó su tiempo antes de decidir ser director de cine y lo hizo trabajando con cineastas de voz propia y prestigio alto: Krzysztof Kieslowski y Bertrand Tavernier. Con la lección bien aprendida con ellos y por ellos, “La douleur”, su título original aquí traicionado, no toma en vano el nombre de Marguerite Duras. Al contrario.
Ambientada en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, se describe el sufrimiento y la lucha de Duras por rescatar a su marido, Robert Antelme, apresado por los nazis.
Decía la propia escritora, que ese tiempo de traidores y resistentes, de héroes y asesinos, significó el olvido de los llantos. No había tiempo para ello, había que sobrevivir.
Al recrear ese tiempo de delaciones y sacrificios, de perversión y sangre, Finkiel juega con todo tipo de objetivos, hace del desenfoque una cuestión ética, levanta una sinfonía grave, un requiem sacro lleno de belleza, culpable de ensimismamiento.
Mèlanie Thierry, ella es Marguerite Duras, compone un personaje exquisito, intenso, emocionante. Atrapado en la cartografía de su piel, Finkiel parece olvidarse de que el público del final de la segunda década del siglo XXI se traga series interminables, pero no acepta un plano sostenido. Aquí los hay, con convicción y porque sí, porque lo reclama el dolor de lo narrado. pero no hay obviedades, ni desahogos emocionales, ni siquiera resquicios a los que agarrarse. Es la mirada del espectador sometida a un tiempo triste, de aquellas tristezas vivió el siglo XX.Ahora quizá haya perdido el reloj de su tiempo.

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