Alvaro Ogalla, coguionista y actor principal de El apóstata representa la columna vertebral de esta película de suaves maneras y descreídos modos. Con ella, su director y coguionista, maniobra con sutileza y concisión. No hay grandes medios ni largas ambiciones, aunque su paso por el Zinemaldia demostró que había títulos mucho más pequeños.

Si se quedan hasta el final, después de los créditos, hallarán otro chiste. Ilustra el robo de la figura de Chaplin en un intento banal de perpetuar el destino del legado de Chaplin: atraer a los pícaros vagabundos como el que él representó. El gag no es bueno pero sirve para que se lean los créditos y se comprenda que algunos herederos de Chaplin colaboran aquí.

Se dijo esto en estas páginas. En el cine de Woody Allen, cada nueva película se comporta como un eslabón más de una obra férreamente entrelazada. Una pieza que se articula con la anterior y que abraza a la siguiente. Tan parecida como diferente, tan genéticamente reconocible como específicamente distinta a las demás.
Hace tiempo que Allen dejó de entender el oficio como si cada nueva película fuera la última.

Zarandeada en su paso por el festival internacional de cine de San Sebastián, Amenábar lo dijo de manera inmediata. Regresión, señaló, no es cine de festival. Tenía razón. Regresión, pese al serio intento de introducir sensatez en este tipo de filmes clavados al despropósito y el exceso, no adjunta en su interior los ingredientes necesarios para ser tratada como una obra de director.