Repite una y otra vez Gerard Depardieu a Juliette Binoche una palabra clave, un sortilegio que retumba con la oquedad de la impostura. Se musita como un ruego, casi como un mantra. Pero se recibe como una orden explicitada en inglés: Open. “¡Ábrete!”. Esa es la lección del personaje de Depardieu al de Binoche. Con ella trata de reivindicar la necesidad de desmontar los prejuicios.

Lo más desalentador de Inmersión se desprende de la caspa de su tono, de ese “como está contada” por más que lo que cuente esté más sobrecargado que un retablo churrigueresco de finales del XVII. Lo que cuenta es la adaptación de la novela de espías de J.M. Ledgard. El cómo, peca dos veces; por viejo y por resabiado. Es decir, por doblemente arrugado.

Shinya Tsukamoto, el Johnny Rotten del cine japonés a quien le debemos uno de los personajes más psicotrónicos de la historia del cine contemporáneo, “Tetsuo, el hombre de hierro”, mostraba su preocupación por el diezmo vital que supone para Japón la alta tasa de suicidios juveniles. Para quien conoce la ferocidad de sus puñetazos audiovisuales, su inquietud y su dolor, adquiría un eco estruendoso al percibir la enorme dimensión de la sangría permanente que vive un país que tiene en el sacrificio ritual de los “47 Ronin” su “Mío Cid” de ojos sin párpados caucásicos.

Nuestra mirada ante El hilo invisible corre el peligro de perderse en sus fantasmales estancias, de agotarse en sus serpenteantes escaleras. Así, ese vértigo de geometrías gesticulantes provoca una niebla culpable de tratar de confundir las verdaderas intenciones de Paul Thomas Anderson.

A ghost story es lo que su título afirma, una historia de fantasmas. Lo que no dice su título es que ese relato se abisma en lo fantasmático no desde las leyes del género, a golpe de susto y sobresalto, sino desde la angustia, desde la huella borrosa de lo que ayer fue y hoy solo es ausencia. David Lowery (Wisconsin,1980) corre muchos riesgos.

La comedia romántica, aunque se tiña de melodrama y sepa del dolor, gusta pilotar naves ligeras en cuyo interior abundan diálogos rápidos y situaciones cotidianas; puro costumbrismo en el que se refleja de un modo u otro quien lo mira. Más exactamente, ve comportamientos y situaciones que reconocen en ellos mismos o/y en quienes les rodean.

Cada vez que la crisis muerde a occidente, se nos aparece, como un espejo, la llamada del nuevo mundo situado en el extremo oriental. El Pacífico, Nueva Zelanda y Australia siguen siendo territorios vírgenes en los que se mira el mundo para recordar cómo fuimos en el origen. En este caso, ornamentado con prosa documental, con paciencia larga y elementos discretos, fluye un relato de emoción evidente y de metáforas y modelos cercanos para recrear la eterna historia de dos clanes enfrentados con un relato de amor entre dos de sus descendientes.