En 1985, James Ivory, un director británico de modales exquisitos y películas sutiles, estrenó una de sus películas más aclamadas: “Una habitación con vistas”. Con un reparto impresionante, aquella fábula rodada en una Florencia convocada por E. M. Forster, el autor de la novela original, lograba una pequeña joya del cine romántico.

El título para su lanzamiento en España acierta de pleno; se diría que es “casi imposible” concebir un delirio como éste. Ahorro resumir el argumento y evito las escatologías con las que pretende hacer cómplices a teenagers con acné desatado atribulados por urgencias sexuales descontroladas.

Saludada como una película que vuela directa hacia el Oscar, construida sobre un argumento que siempre funciona -tanto en las versiones oficiales como en las que en algún modo la han imitado-, “Ha nacido una estrella”, versión Bradley Cooper, genera un interesante material para el debate y la paradoja.

De entrada, para evitar confusiones, hay que reconocer que “Cold War” ha sido provista con los mejores valores de ese cine de belleza incontestable y contenido despiadado. Lo tiene (casi) todo. Precedida por la seducción que provocó su obra anterior, ganadora del Oscar a la mejor película en lengua no inglesa, “Ida”; Paweł Aleksander Pawlikowski no ha corrido riesgos.

Lo esencial en “Desobediencia” siempre transcurre en el fondo, detrás de los personajes, en una escenografía interior que se agita con sigilo en la zona oscura de una comunidad judía ortodoxa. Estamos en Londres. En tiempos no muy alejados del aquí y el ahora.

Clara Martínez-Lázaro, como Jonás Trueba o como Víctor García León, nacieron con el cine como chupete. Los tres se alimentaron a golpe de comedia (madrileña). Hoy los tres habitan en el humor, aunque con planteamientos muy diferentes. Guionista y directora de Hacerse mayor y otros problemas, Clara Martínez-Lázaro parece inspirarse en su propio contexto para hurgar en las dudas, angustias y esperanzas de una joven que encara la treintena sin querer recorrer el camino convencional que le rodea.

Hace unos años Mateo Gil era la cara oculta de Amenábar. Era ese 50% sumergido en el anonimato. Así, mientras Amenábar era saludado como el portavoz del cine español de la generación del advenimiento del siglo XXI, Gil ocupaba un discreto segundo plano en la sombra. Sin menospreciar la calidad de esa filmografía conjunta, (Tesis, Abre los ojos, Mar adentro y Ágora) Mateo Gil sigue apareciendo como un profesional de rostro irreconocible que, cada vez que intenta hacer algo por su cuenta, se abisma y se pierde.