ste Maigret/Depardieu camina con la solemnidad luctuosa del elefante malherido que ha iniciado su última marcha. Leconte inicia su incursión en la prosa de Simenon con un montaje paralelo. De una parte asistimos a una revisión médica.

Que el estreno de “Pequeños detalles” tenga lugar cuando celebramos treinta años de “El silencio de los corderos”, resulta significativo. De momento sirve para cruzar entre sí ambos títulos. Y de ese cruce se impone una única conclusión: el filme de Jonathan Demme resulta inalcanzable para “Pequeños detalles”.

Voluntariamente o no, la denominada “Trilogía del Baztán” de Dolores Redondo ha asumido representar aquí un papel análogo al que la serie “Millennium” de Stieg Larsson significó para la narrativa sueca. De hecho, la sombra de la obra de Larsson ha sobrevolado de manera permanente las desventuras de Amaia Salazar.

Hubo un tiempo, en especial en los años 80, que cualquier nuevo estreno de un filme de Brian de Palma era recibido con la certeza de que allí habría exceso, pasión y juego perverso. Era el suyo, el cine de un heraldo del posmodernismo que vendría años después.

El Cairo confidencial lleva en el título de su comercialización española una declaración de intenciones que le resulta ajena. Nada que ver con L.A. Confidential salvo el hecho de que ambas películas se adentran en zona oscura, allí donde la muerte une a las gentes del arrabal con los que mueven los hilos del poder y las finanzas.

Cada vez que se estrena una incursión en el cine policíaco español, surge la tentación de hacer caja y revisar una verdad a medias. Parece indiscutible que el franquismo no cultivó este género que proyecta luz sobre las cloacas del poder. En apariencia no abundaron títulos porque en aquellos años de sangre y cárcel, los cuerpos policiales se dedicaban a la caza política mientras que la censura no veía con buenos ojos que, en el paraíso de su “excelencia”, pudieran asomarse a las pantallas los monstruos de su cara oculta.

Hace poco más de un año, Denis Villeneuve acaparaba un doble protagonismo en el festival de cine de San Sebastián donde concurría con dos largometrajes. Uno, a concurso, en la sección oficial, Enemy. El otro, Prisoners, para acompañar al premio Donostia de ese año, Hugh ( Lobezno) Jackman, protagonista de una película que hablaba de venganzas al servicio de la ley del Talión.

En la necesariamente apresurada crónica de este filme en su paso por el festival de San Sebastián del año pasado, utilicé como expresión clave de lo que este título lleva en su interior, la frase lapidaria que en sus últimos minutos expresa el policía compañero del protagonista, el Coster-Waldau de Juego de tronos. Literalmente ese policía que se enfrenta incrédulo a una realidad que no quería admitir dice: “Descarté la idea por descabellada”.

Desde la secuencia inicial, una acción policial que se utiliza para describir el carácter de su principal protagonista y el por qué de su maltrecho estado de nervios, todo huele a producto televisivo. Para el minuto cinco, no cabe duda, Misericordia, como señala su título, es lo que hará falta al espectador para poder asumir que este divertimento carece de pretensiones de autor y originalidad; está huérfano de ingenio.

Canet, actor antes que director, empieza este thriller de ecos clásicos y refuerzos modernos, con un guiño al cineasta de la posmodernidad. Todo despega en una habitación con olor a cerrado. Un tema destilado de un vinilo mete tensión y ruido. Uno de los tres personajes, inequívocamente peligrosos, cuenta un viejo chiste al estilo Tarantino. Y al estilo Tarantino, con sangre y disparos, empieza un filme que pronto cambiará de tono en busca del talento del coguionista.