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En apenas cinco minutos, los mejor filmados de toda la película, se nos presenta a la “bestia”. En esos fulgurantes y terroríficos destellos, dominados por la oscuridad, se nos previene sobre el “modus operandi” del monstruo y se nos informa del por qué de su comportamiento. En esos instantes inaugurales, se escenifica la llamada ley de la selva.

“Hellboy” tuvo un padre al que le debe su ADN primigenio: el ilustrador y escritor de cómic californiano, Mike Mignola (Berkely, 1960). Pero en su traspaso al cine, “Hellboy” se encontró con un padrino que no se conformó con ilustrar lo que había nacido para las páginas impresas, sino que le confirió ecos de su propia existencia.

A comienzos de los 80 nacieron dos proyectos ambiciosos. Fue un duelo de colosos. Ridley Scott venía de dirigir Alien, se había convertido en un autor de referencia. David Lynch, tras un debut inenarrable, Cabeza borradora, se había ajustado a las órdenes de Laurentis y supo demostrar que podía trabajar en el cine comercial desde la emoción y el rigor: El hombre elefante.

La apariencia engaña. Hace unos días, Bayona posaba al lado de Sigourney Weaver. El director, bastante más joven que la oficial Ripley, parecía, ante la notable envergadura de la actriz, casi un niño. Nada parecía sugerir que, con el motor en marcha y la cámara abierta a la luz, Bayona se transforma en un gigante que impone su ley. En tres zancadas: El orfanato, Lo imposible y A Monster Calls, ha llegado más lejos que ningún otro director español.