Nely Reguera pasa de lo familiar e íntimo, de lo conocido y personal a adentrarse en la tragedia de los campos de refugiados en Grecia.
La María de Bárbara Lennie, una joven profesional, escritora en ciernes, que dedicaba su vida a cuidar de su padre viudo, no está nada lejos de esta abuela con el rostro de Carmen Machi, doctora jubilada sin nietos, que trata de dar sentido a su existencia ayudando a otros

El contexto podría ser el escenario de “El odio” (1995), el filme de Mathieu Kassovitz con el que se consagró Vincent Cassel. En cambio, el texto, parece adentrarse en el laberinto emocional de “Training Day” (2001), la implacable pieza de Antoine Fuqua que enfrentaba a Denzel Washington y Ethan Hawke con la presencia siempre densa e impactante de Eva Mendes.

“El gallo es valiente y fuerte” repite una monitora gubernamental que trata de iniciar a un grupo de inmigrantes en la ciudadanía francesa. “El gallo es francés”, mascullan los integrantes del grupo mientras, uno a uno, son invitados a escenificar teatralizando el contenido de “La Marsellesa”.

La acumulación de relatos no siempre contribuye a mejorar una película. En definitiva, a veces, sumar significa restar. Aquí, ese acumular acaba por malograr lo que llevaba dentro. Con esa piedra tropieza el guion de “Adú”. Se ha emborrachado de carpintería argumental. Por un error de cálculo, se refuerzan y subrayan tanto las situaciones de lo que se desea denunciar que esa exageración corroe su autenticidad. Desde el minuto uno a “Adú” le pesa tanto la hipérbole como le falta la magia del duende y la llama de la emoción.

Hay dos líneas narrativas muy diferentes en este relato. Dos narraciones que se mueven en la misma geografía. Esas realidades, casi opuestas, sirven a Gianfranco Rosi para construir un filme estremecedor. Esa dualidad se pone de relieve en su mismo título: Fuego en el mar. No es tanto un proceso dialéctico como una combinación que no encaja. Un cruce que conmueve por lo que cuenta.