El despegue de este viaje al corazón de la ignominia resulta tan ensordecedor como inaudible. No hay aliento. Todo irrita y todo fluye en la carrera desesperada de su protagonista. Los jadeos y la peculiaridad del habla, una marcada entonación andaluza, dificultan su comprensión. Oímos hablar a los personajes, pero no siempre entendemos sus palabras. Da igual. Resulta evidente el sentido de lo que se nos cuenta. El filme recrea ese latigazo letal que envenenó la historia de España un 18 de julio de 1936.

La secuencia más impactante, tal vez la mejor filmada, acontece en una carretera camino de Salamanca. En ella, un Millán Astray arrebatado por su divina misión, arenga a las tropas de la legión. Por supuesto Amenábar asume que se trata de la misma legión que todas las semanas santas, cuando levanta la cruz, pone los pelos de punta a nazarenos sin memoria y turistas sin conocimiento.

Hay muchas películas en ésta, hay muchos tiempos narrativos, hay mucha imprecisión y, entre tanto mucho, todos se olvidan de que habitaba una hermosa historia dentro. Lo que Koldo Serra no ha tenido es un buen guión. Tampoco, a la vista de su contenido, parecería que la mirada de Serra hacía de él la persona idónea para este fresco histórico. En él se muestra, como telón de fondo, el bombardeo de Gernika. Franco dio la orden, los nazis de la legión Cóndor echaron las bombas, los habitantes de un pueblo en cuyo núcleo fundacional se alza un símbolo, fueron las víctimas escogidas de lo que sería la norma de las nuevas guerras del futuro.