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Yorgos Lanthimos (Atenas, 1973) sorprendió a medio mundo con «Canino» (2009). Se había forjado en su Grecia natal, pero conocía bien el cine europeo y la escena teatral alemana. Todavía no había amanecido como cineasta, ni cabía sospechar que sería uno de los referentes del siglo XXI, cuando era evidente que militaba en el terreno surrealista cultivado por Luis Buñuel hace un siglo.

Nada, o casi nada, es lo que parece ser con (y en) “Benedetta”. Las prohibiciones de Rusia, la recogida de firmas de Perú o la frialdad de Cannes, no dañan la superficie de acero de un filme casi testamentario a cargo de un Paul Verhoeven que ha cumplido los 82.

Con Lars von Trier nada debe ser desestimado. El cineasta danés juega a fondo en todos y cada uno de los minutos de sus películas. Nada es fortuito, ni gratuito, ni banal. En Nymphomaniac, película estrenada en dos partes y de la que falta más de una hora que se verá en la versión que se presente en el festival de Berlín, esa afirmación cobra un especial significado.

Entre Rompiendo las olas y Nymphomaniac, entre el via crucis sexual que protagonizaba Emily Watson y la pesadilla afectiva que relata Charlotte Gainsbourg, puede establecerse una interesante línea de continuidad. De hecho, todo el cine de Lars von Trier (a)parece interconectado como una tramposa red de araña en/de cuyo centro, con una sonrisa enigmática y perversa, emerge la figura de uno de los cineastas más inteligentes de nuestro tiempo.