Ambientada en el primer tercio del siglo XVIII, cuando el absolutismo de las coronas europeas no conocía más límite que el de la decadencia y la podredumbre de la corte que custodiaba al monarca, «La tierra prometida» ahonda en la resbaladiza complejidad de eso que conocemos como la cuestión humana.
Como en «La clase» («Entre les murs») de Laurent Cantet, la protagonista de «Sala de profesores» inesperadamente se encuentra aprisionada «entre los muros» del centro escolar en el que imparte clases de matemáticas y gimnasia.
El título aparece sin mayor dilación con las letras difuminadas en su parte superior. Conforme la oscuridad, en un fundido a negro de cadencia lenta, se impone, a medida que mengua la iluminación percibimos con más claridad las letras.
El Nuevo Cine Alemán (Neuer Deutscher Film), surgido en los años 60, fulgurante en los 70 y posteriormente dispers(ad)o a partir de los 80, fue mayoritariamente cosa de hombres.
Un recorrido ligero por el universo de Marija Kavtaradze (Unión Soviética, 1991) arroja algunas luces necesarias para poder ubicar por dónde transita esta joven directora lituana.
En sus primeros pasos, cuando un puñado de jóvenes alemanes, sin sentimiento de culpa por el pasado reciente, reclamó la necesidad de poder expresarse cinematográficamente, Win Wenders (Düsseldorf, 1945) no creía en el relato.
El Papa Pío IX, figura vertebral de este relato fundido con destellos de realidad, sacude nuestra percepción con análoga frialdad a la que el Juan Pablo II de «La Nona Ora» de Maurizio Cattelan opera en nuestra conciencia.
Alexander Payne practica un cine sosegado. Sus películas poco tienen que ver con esas cintas del metaverso y los efectos especiales en las que tanto dinero invierten los ejecutivos de Hollywood.
Por ubicarlo de algún modo (no olviden que Aki Kaurismäki es un verso libre sin posible comparación), podemos decir que el director de «Fallen Leaves» admira a Yasujirō Ozu y que, a su vez, ha sido comparado con Jim Jarmusch.
Tarde o temprano, algunos directores de cine, los que más se arriman al monstruo, sienten la necesidad de interpelar a su autorretrato. Entonces hacen eso que se llama cine dentro del cine. Un juego de espejos enfrentados a través de cuyas distorsiones los cineastas buscan respuestas a su desasosiego.