Nadie como los británicos para convertir en oro sus excrementos. Tanto y tan arteramente reescriben la historia que figuras como Enrique VIII o Winston Churchill, que probablemente no podrían -o no deberían- salir a la calle de vivir hoy, se han convertido en leyenda y objeto de veneración. La historia que aquí se cuenta ya había sido llevada al cine en 1956, “El hombre que nunca existió”.

Afirma Deleuze que “en el tiempo, solo existe el presente”, para añadir, sin rastro de inocencia en su verbo, que “el pasado y el futuro insisten en el tiempo”. De hecho, seguía abundando el filósofo, “es desde el pasado y el futuro desde donde se divide cada presente hasta el infinito”.

Franziska Stünkel, directora y guionista de “El espía honesto” reconstruye un relato inspirado en los años de la guerra fría, en el interior de una Alemania fragmentada en dos y clavada en el corazón de las sucias prácticas de propaganda y manipulación por cuyos excesos prácticamente nadie ha pagado.

“La casa Gucci” nació, al parecer, gracias al olfato de la esposa de Ridley Scott quien, tras tener noticias del libro de Sara Gay Forden, entendió que allí había materia para una película importante. Así que, para garantizar su importancia, Ridley Scott puso todo su empeño para enrolar a un reparto impresionante.

Maixabel Lasa, o sea la figura que sostiene esta película abordada con actitud artesanal y sumo respeto por Icíar Bollaín, se convierte en santo y seña de cuanto impera en una recreación que dice hablar sobre el perdón, pero que se debe a la ilustración de una actitud tan ejemplar como insólita.

Para abrir el apetito y estimular la presencia del público, las gacetillas periodísticas y los reclamos publicitarios han hablado de muchos referentes a la hora de presentar el estreno de “El robo del siglo”. Basada en un hecho real, un sofisticado atraco a un banco argentino en 2006, su argumento recuerda a multitud de películas.

Fueron apenas unos segundos. Pero fueron extraordinariamente elocuentes. En ellos, una dama de la interpretación de muchos quilates y ninguna equivocación, Glenn Close, perreaba delante de sus amigos entre risas de fingida despreocupación en la noche de la entrega del Oscar. Medio mundo la vio y pocos percibieron la frustración de su soez danza.

Hijo de Bertrand Tavernier, Nils Tavernier estaba predestinado para dedicarse al cine desde el mismo día de su nacimiento, el 1 de septiembre de 1965. Poco antes de ser concebido, su padre, el joven Bertrand Tavernier, había cumplido 24 años cuando tuvo a su primogénito, acababa de pasar su prueba de fuego.