La prisa, el desorden, el sinsentido y el exceso arrastran como una cuadriga conducida por jinetes apocalípticos esta vuelta de tuerca al mundo de los superhéroes titulada “Aves de presa”. La jugada no oculta su estrategia. Cambia el heroísmo por la gamberrada, el mundo de testosterona y drama, por un universo de carmín corrido, glamour de arrabal y jubileo femenino. Ellas son “malotas” y su violencia ha sido alimentada por una sed de venganza.

En “Underwater” se abrazan dos trayectorias en aparente descenso, dos profesionales que al unirse en este filme en lugar de sublimar sus virtudes se han abrochado a sus defectos. Uno lleva el bastón del mando, es el director de “Love” (2011) y de “La señal” (2014), William Eubank.

En 1995, cuando Joe Johnston, con la complicidad de Robin Williams, presentaba con enorme éxito el primer “Jumanji”, sabía que partía de un buen relato y que tenía a su servicio a un excelente plantel, con el citado Williams a la cabeza. La semilla original había que buscarla algunos años antes, en 1981, cuando Chris Van Allsburg presentó un pequeño relato infantil con el que ganó uno de los más prestigiosos premios de novela ilustrada.

En el comienzo fue “Toy Story”. Y “Toy Story” surgió como la pieza angular sobre la que nació y creció el fenómeno Pixar. Desde ese mismo momento, 19 de noviembre de 1995, los Pixar Animation Studios se han revelado como la marca de referencia del mundo de la animación. Pixar salvó a Disney. De hecho, Disney es (de) Pixar. De derecho, lo que fue Walt Disney para las décadas de los 40 a los 70, lo está siendo John Lasseter, desde hace ya 25 años, para el mundo del siglo XXI.

Se asegura que en los años 40, el capitán Marvel, nombre primigenio de Shazam, fue más popular que el propio Superman. De hecho, la DC denunció a la Fawcett Comics, la cuna natal del personaje, por presunto plagio. Lo curioso es que la vida da muchas vueltas, y el viejo capitán Marvel, nacido en 1939, pasó a las filas de la DC y hoy es una de sus mejores bazas frente a la Marvel.

Cuando se hable de la Disney del final del siglo XX y, en especial, de la del comienzo del XXI, habrá dos hitos icónicos que será bueno analizar. Uno lo representa Pixar y su cabeza visible, John Lasseter. El otro, responde al nombre de Tim Burton. Ambos fueron extraños -y evitados- en el paraíso de la Disney después de Walt; hoy ambos portean la tabla de salvación del misterio existencial del imperio de Mickey Mouse.

En su doble condición de spin-off y precuela, en ese exprimir lo inexprimible en el que anda ocupada la industria cinematográfica norteamericana, le cabe a “Bumblebee”el mérito de ser un producto solvente, una película divertida, un constructo capaz de dar un rostro desenfadado y ágil a un universo sobre el que los espectadores de más de 40 años no tienen, en su mayor parte, ningún interés y ninguna idea.

Un visita al museo de Ciencias de Londres, modelo al que imitan casi todos los demás museos de la misma naturaleza, evidencia que el jurásico reina, que la fascinación por el origen de la humanidad hechiza a grandes y chicos y que el negocio de recrear y fabular con la prehistoria es un gran negocio.

Brad Bird merece ser reconocido como el principal lugarteniente de Pixar. A estas alturas de la historia del prestigioso sello, Bird merece el honor de ocupar la segunda plaza, justo al lado de John Lasseter. Al creador de Pixar se le reconoce como el hombre de hierro de una productora que ha revolucionado el mundo de la animación.